(dpa) – Cuando Clara baila con gracia a través de la tormenta de nieve en el ballet «Cascanueces», o cuando las bailarinas se deslizan por el escenario con tutús de plumas en «El lago de los cisnes», sencillamente parece tratarse de un cuento de hadas.
En Suiza, sin embargo, nuevas revelaciones arrojaron este año una luz inquietante sobre los métodos de entrenamiento de las bailarinas, que son en parte escandalosos.
Trastornos de ansiedad, anorexia, maltrato psicológico…, lo que han denunciado este año las alumnas de dos centros suizos de formación de bailarinas profesionales de Zúrich y Basilea deja sin aliento.
Una denunció que la llamaban «hamburguesa danzante», cuando apenas pesaba más de 40 kilos. Otra fue menospreciada a los 15 años porque sus movimientos no eran suficientemente sexys. Según el informe, algunas bailaban sufriendo dolores.
En la Academia de Danza de Zúrich se está llevando a cabo una investigación. El equipo directivo, compuesto por dos miembros que se habían formado en la Escuela Estatal de Ballet de Berlín en tiempos de la extinta República Democrática Alemana (RDA), fue suspendido.
La Escuela de Ballet Theater Basel separó del cargo a la directora. Y, además, está cerrando toda el área de formación profesional, porque su maltrecha reputación le impide obtener financiación pública.
Pero estos no fueron casos aislados: en la Academia de Ballet de Viena se produjo en 2019 un caso similar, mientras que en 2020 la Escuela Artística y Estatal de Ballet de Berlín también llegó a los titulares de la prensa por escándalos.
«Lo sorprendente es que todos lo hayamos aceptado durante tanto tiempo en la formación de danza clásica», dice Anna Beke, docente de historia de la danza en la Academia de Ballet de Múnich, a dpa.
«Realmente ya es hora, tiene que pasar algo, de lo contrario, la confianza en esta forma del arte posiblemente se verá aún más mermada», sostiene Beke.
Los escollos son tanto la cuestionable pedagogía de algunos profesores como la imagen corporal que se transmite a las jóvenes y al público como ideal de belleza para una bailarina.
«Ya no podemos dar clases como hace diez, 20 ó 100 años», comentó la presidenta de la asociación suiza de danzas Danse Suisse, Kathleen McNurney.
«Antes había maestros y aprendices, y era completamente normal que un bailarín estrella luego se volviera docente, también sin formación pedagógica, pero eso ya no va», agrega.
¿Y cómo puede ser que recién ahora se cuestionen los escandalosos métodos de formación? «Esto es un fenómeno de generaciones», apunta David Russo, bailarín, coreógrafo y docente en la Academia de Ballet de Múnich.
El desequilibrio existe desde hace mucho tiempo, señala, «pero el discurso social aún no estaba tan desarrollado». «Nuestros estudiantes de hoy son los llamados «millennials» (milénicos), esta es la generación de Fridays for Future, son personas que tienen una opinión y también la expresan», prosigue.
«El rendimiento profesional máximo también es posible sin presión», subraya. Y explica que la academia de ballet tiene ahora un concepto pedagógico centrado en la salud de bailarines y bailarinas.
Los cambios que se requieren de manera urgente también fueron tema en el simposio «La enseñanza de la danza en transición», celebrado en Múnich en noviembre.
Las academias de danza progresistas cuentan con asesoramiento en nutrición y fisioterapia, y también disponen de personas de confianza a las cuales las alumnas pueden recurrrir en caso de problemas.
«Que el cuerpo se mantenga sano es casi un tema más relevante para nosotros que la formación en sí misma», apunta Martina Räther, directora en funciones de la Escuela Artística y Estatal de Ballet de Berlín.
Esta escuela cuenta con un programa de protección de los niños y, durante este curso escolar, se propone adoptar un código de conducta.
Queda aún la imagen ideal de la bailarina flotando ingrávida por el escenario, por la que las alumnas se someten a presión, practicando durante horas todos los días en una sala llena de espejos… y competidoras.
«El bodyshaming (humillación corporal) es innegablemente un problema. Considerar el peso normal como de gordura no es posible. Pero siempre se camina por la cuerda floja», dice Räther.
«¿Qué tan delgada tengo que estar? Al fin y al cabo, tenemos que formar a las estudiantes para que puedan conseguir una contratación más adelante», acota.
Räther asevera que las compañías de ballet también tienen que aceptar otras formas de cuerpo. Todos están de acuerdo: «Incluso con unos kilos de más, con caderas y busto, una bailarina puede parecer igual de ingrávida», dice McNurney. Es solamente una cuestión de técnica de baile, aclara.
La coreógrafa austriaca Florentina Holzinger se centró en la dura formación para la danza en su ballet «Tanz» (Danza) en 2019. Allí, una clase de ballet en el escenario parece un espectáculo de terror, con bailarinas desnudas en puntas mostrando cómo se ejercitan para rendir al máximo. Holzinger también escenificó una autolesión real, con ganchos para carne.
«Mi objetivo era mostrar cómo puede celebrarse el control sobre el propio cuerpo, incluso el momento violento, sin estar a su merced», dice Holzinger. Actualmente divide opiniones en la Volksbühne de Berlín con su espectáculo feminista «Ophelia’s Got Talent».
En los espectáculos de Holzinger, las mujeres predominan sobre el escenario. El ballet clásico se desarrolló en el siglo XIX con una mirada masculina, afirma. «¿Cómo se pueden escenificar los cuerpos de las mujeres para satisfacer esa mirada? Casi se puede comparar con la pornografía», prosigue.
Disney también se propone cuestionar imágenes anticuadas con su cortometraje de animación «Reflect». El film trata de la pequeña Bianca, que quiere bailar pero pesa bastante más que la típica bailarina. Inicialmente descontenta con su cuerpo, se libera de su vergüenza y se lanza con entusiasmo a la danza de puntas.
Todos se manifiestan por una mayor diversidad. «No todos los cisnes deben tener la misma apariencia en el lago de los cisnes», afirma Holzinger. Hasta ahora el público mantiene determinadas expectativas de cómo debe verse una bailarina, agrega. «Ahí también debe cambiar algo», concluye.
Por Christiane Oelrich (dpa)