Berlín, 14 abr (dpa) – Pistas de despegue y de aterrizaje convertidas en pistas de atletismo. El nuevo aeropuerto internacional de Berlín, cuya apertura estaba prevista para 2011, sufrirá hoy una invasión de corredores que aspiran a batir su mejor marca personal en un terreno en el que se empieza a dudar que algún día circulen aviones.
«Es la quinta vez que participo. Me apunté porque me parecía interesante la idea de correr en un lugar tan poco habitual coincidiendo con la puesta de sol y también porque así por lo menos se le da un uso al aeropuerto», señala a dpa Clara, austríaca de 32 años que reside en Berlín.
La sensación de exclusividad que otrora experimentaban sus participantes, pensando que estaban viviendo algo único al correr bajo la atenta mirada de una torre de control, ha dado paso a la más absoluta normalidad.
La carrera «Airport Night Run» se ha convertido en todo un clásico en la capital alemana. Se celebra desde 2006, momento en el que todavía no se vislumbraba el caos que rodearía a este macroproyecto que muchos ya consideran una vergüenza nacional.
«Participo en esta edición por primera vez, animada por amigos que ya corrieron otros años, pero hubiese preferido no hacerlo y que el aeropuerto estuviese ya funcionando. Es vergonzoso, en otras regiones de Alemania hacen muchas bromas al respecto», dice Annika, traductora de 30 años.
Situado a unos 20 kilómetros al sur del centro de Berlín, el aeropuerto se comenzó a planear allá por 1992, poco después de la caída del Muro de Berlín y de la posterior reunficación de Alemania.
La idea que subyacía tras el proyecto era que la capital de la potencia europea necesitaba cerrar dos aeropuertos (el de Tegel y Schönefeld que siguen operando en la actualidad) que se habían quedado pequeños y un tanto anticuados y que además en la práctica constituían recuerdos vivos de una capital dividida.
Más de dos décadas después, el gran aeropuerto que iba a dar lustre a la tercera ciudad más visitada de Europa por detrás de Londres y París y que preveía acoger a unos 55 millones de pasajeros en 2040, sigue cerrado a cal y canto.
Su inauguración ha sido aplazada hasta en cinco ocasiones. Según las autoridades alemanas, comenzará a operar finalmente en octubre de 2020, nueve años más tarde de lo previsto y tras verse afectado por acusaciones de corrupción, numerosos escándalos y contratiempos a causa de la deficiente planificación, los sobrecostes y los incontables problemas técnicos relacionados con el sistema contraincendios.
«Los grandes problemas han quedado atrás», señala Engelbert Lütke Daldrup, máximo responsable de la sociedad gestora del aeropuerto.
Ante un grupo de periodistas extranjeros, quien ya es el cuarto director ejecutivo de esta obra rodeada de polémica (los tres anteriores dimitieron o fueron relevados), se muestra convencido de que ésta será la fecha definitiva.
Mientras, en el interior del edificio, las sillas de la sala de espera llevan años cubiertas con un plástico protector. Las instalaciones «envejecen» sin haberse estrenado y los dispositivos tecnológicos se quedan obsoletos aun cuando jamás han prestado servicio a los viajeros.
Hace apenas un mes, Hannes Stefan Hönemann, portavoz del aeropuerto, confirmó que se habían retirado 750 pantallas de información. Estos monitores, que habitualmente muestran la relación de salida y llegada de vuelos, «llegaron al final de su vida» después de permanecer conectados durante seis años a la fuente de alimentación general del edificio.
Tan solo un centenar de ellos, precisó el vocero, siguen funcionando y pasarán a utilizarse en los otros dos aeropuertos de la capital. En total, se estima que este «percance tecnológico» le ha costado al erario público medio millón de euros.
«El mundo entero se ríe de esta obra en nuestra capital y a mí no me gusta que se rían de Alemania», declaró recientemente el nuevo ministro de Transportes, el conservador bávaro Andreas Scheuer, en una entrevista publicada en diarios regionales del grupo de medios Funke, recordando que la fecha inicial de apertura era en 2011.
El primer retraso, de solo unos meses, hasta junio de 2012, fue menos escandaloso que el segundo, anunciado solo unas semanas antes de la ceremonia de inauguración en la que se esperaba a la canciller Angela Merkel acompañada de la primera plana de la política nacional.
Los continuos retrasos y problemas del aeropuerto han motivado que a lo largo de los últimos años muchas voces cuestionaran en Alemania la idoneidad de los políticos a la hora de encargarse de la construcción de la infraestructura.
Desde que comenzó a construirse en 2006, los costes de este macroproyecto han ascendido de los 2.000 millones de euros (2.350 millones de dólares) a los 6.500 millones, alargando así la sombra de una obra fracasada que a la espera de acoger aviones es aprovechada por corredores que ansían llegar a destino en menos tiempo de lo habitual.
Por María Prieto (dpa)