Madrid, 18 mar (dpa) – ¿Puede alguien crear un algoritmo que defina y ayude a encontrar la felicidad? Aunque suene extraño, esa persona existe y es un ingeniero: Mo Gawdat, ex gerente de negocios del laboratorio de innovación Google X, escribió un libro en el que defiende su algoritmo y se pone como meta hacer a millones de personas felices en todo el mundo.
Pese a su carrera de éxito en el mundo tecnológico, Mo, de 50 años y nacido en Egipto, se sentía infeliz. Durante años trabajó en escribir «El algoritmo de la felicidad» (Zenith), un libro cuya traducción al español es la primera después del original en inglés y en el que cuenta su historia. Sobre todo cómo la muerte inesperada de su hijo Ali, de sólo 21 años, durante una operación de rutina, puso a prueba todo lo que había conseguido en su camino.
Desde entonces trabaja para que su mensaje llegue a la mayor cantidad posible de personas en el mundo. Primero se fijó la meta de 10 millones, luego 100 millones, y decidió dejar su puesto como jefe de negocios de Google X, el laboratorio dedicado a los proyectos más innovadores dentro del gigante de Internet. Ahora viaja por el mundo promocionando su mensaje, en el que fundamenta con argumentos científicos por qué el ser humano puede -y debe- ser feliz.
«En mi definición, la felicidad es igual o mayor a tu percepción de los acontecimientos de tu vida, menos las expectativas de cómo debería ser la vida», explica sobre su «algoritmo».
Es decir que no responde sólo a hechos objetivos. «Una de cada cuatro personas en el mundo desarrollado sufrirá depresión. La infelicidad es algo muy real en los países en los que la vida pareciera ser muy sencilla», subraya. «La felicidad no depende de lo que la vida te da, sino de lo que tú pienses que la vida te da».
«Existe un gran mito en el mundo desarrollado sobre lo que es la felicidad, pienso que a causa de Estados Unidos. Tendemos a convertir todo en un producto que puedas comprar. Y se mezcla la felicidad con el entretenimiento, con la diversión. Y la gente cree que cuando se divierta será feliz, al irse de vacaciones o ir a una fiesta», señaló a dpa en la presentación de su libro en Madrid hace unas semanas.
Pero «la felicidad es ese sentimiento de paz, esa tranquilidad, que tienes dentro cuando crees que los acontecimientos de tu vida son como las expectativas de lo que debería ser tu vida», añade. En Occidente tendemos a olvidar esto y buscamos lo que Mo llama «el estado de evasión, que es confundir la felicidad con la diversión». Y cuando esa diversión se acaba, la gente vuelve a ser infeliz.
El libro busca desmontar una serie de «ilusiones», como que somos nuestros pensamientos, y dejar atrás los miedos, la ilusión de control, las suposiciones o las etiquetas. «El pensamiento es una herramienta como todas las demás en nuestro cuerpo».
La clave es que como el algoritmo depende de la percepción personal, nadie más que uno mismo puede hacernos feliz. «La felicidad es una decisión personal, hay que elegir la felicidad. Si no lo haces, nada podrá hacerte feliz. Yo utilizo una analogía con el ejercicio físico. Si el ejercicio no es tu prioridad y lo son los churros, nunca estarás en forma. Lo mismo pasa si haces otra cosa que no sea priorizar tu felicidad».
¿Podrá en el futuro la tecnología ayudarnos como una especie de ‘couch o psicólogo digital’? «Estoy trabajando en algo así. Es posible que la tecnología te ayude. Pero como siempre, depende de ti. Por otra parte, hay una posibilidad de que la tecnología nos haga muy infelices», destaca.
«La tecnología y la inteligencia artificial, la robótica, etc. están conformadas en base a nuestros valores. Tenemos que empezar a cambiar nuestro sistema de valores como humanos: Imaginen un mundo en el que las máquinas son responsables de resolver todos los problemas, en el que son más inteligentes que nosotros, y pregúntense qué decisiones tomarán si están guiadas por el mismo sistema de valores por el que están impulsadas ahora», sentencia. «Hoy en día nos mueven la codicia, la competencia, la violencia, la impaciencia. Si nuestras máquinas se comportan igual que nosotros, no será un mundo agradable».
Por Romina López La Rosa (dpa)