Kirchheim/Teck (Alemania), 16 abr (dpa) – La alemana Charlotte Kreschmann ha vivido claramente mucho más a lo largo de su vida de que lo que podría entrar en uno de los muchos calendarios que cuelgan en su habitación.

De vez en cuando toma un ejemplar de la pared de la residencia de ancianos y lo hojea. Uno de ellos le cuenta recetas de cocina a intervalos mensuales, otro la lleva fuera de su habitación al mundo rocoso de los Dolomitas o le revela sabiduría vital. El siguiente muestra radiantes tulipanes amarillos.
«Necesito que todo sea bello, un poco colorido. Así tengo mucho para ver», dice la mujer, considerada la más longeva de Alemania.
Kreschmann muestra las fotos de sus bisnietos, los conejitos de Pascua de ganchillo sobre la cómoda y los tres grandres globos de números, «113». Grandes y en lila, los números cuelgan de su pared, recordándole su edad récord.
Charlotte Kretschmann ha dejado todo atrás en su camino por la vida hasta su actualidad en el geriátrico en la localidad de Kirchheim unter Teck, al sudesde de la ciudad de Stuttgart. Un poco como ocurría cuando en el club deportivo era la más veloz en las carreras de 200, 400 y 800 metros.
No se le nota la edad, Kretschmann sigue leyendo el periódico, le gusta beber un vaso de vino tinto con la cena y adora el chocolate. «Mi cabeza está al 150 por ciento», dice orgullosa. Quiere volver a utilizar su andador y por eso entrena regularmente con el fisioterapeuta.
La mujer recuerda que vivió muchas experiencias tristes y otras tantas lindas. Sufrió las guerras mundiales y soportó crisis económicas, lamentó la división de Alemania tanto como celebró la reunificación, vio pasar diversas monedas y ni siquiera el coronavirus logró derribarla en el pasado verano europeo.
Por supuesto, surge la pregunta acerca de cuál es el secreto de su longevidad. «Fue el deporte, el movimiento incluso en invierno», dice Kretschmann. «Pero seguramente también mi infancia feliz», añade.
Nació en 1909 en Breslavia, en la actual Polonia, y dice que sus padres le dieron todo lo que quiso. «Los vestiditos más bonitos, buena alimentación, cuidados cariñosos», recuerda. Conoció a su marido Werner haciendo deporte, bailaban juntos a menudo, fue un «amor a primera vista», como ella dice.
La felicidad de la pareja se vio interrumpida durante la Segunda Guerra Mundial. Werner fue reclutado y Kretschmann huyó al oeste con su hija. La pareja se reencontró tras la guerra a través de la Cruz Roja y se instaló en Stuttgart.
La mujer sobrevivió a su marido y a su hija. Hasta hace unos años también vivía sola, entonces decidió instalarse en una residencia tras sufrir una hemorragia cerebral.
¿Era todo mejor y quizá más sencillo en el pasado que hoy, en un mundo de cambio climático, crisis energéticas y una renovada Guerra Fría? «Cada generación ha vivido su vida. Y la superamos después de la Primera y la Segunda Guerra Mundial», expresa.
Hay unos pocos momentos difíciles en la conversación con la mujer, despierta y sonriente. Kretschmann cuida mucho de su aspecto. Cada dos semanas va a la peluquería, se pinta las uñas y usa perfume.
«He conservado mi coquetería. No quiero prescindir de ella en la vida cotidiana», dice la mujer que utiliza las redes sociales para difundir su vida y donde las siguen casi 5.000 personas.
Charlotte Kretschmann no pierde el tiempo pensando en la muerte. «No tiene sentido, simplemente ocurrirá en algún momento».
Por Martin Oversohl (dpa)