Nairobi/Iten (dpa) – Es casi imposible sacarse de encima el polvo rojo. Cubre las pantorrillas, tiñe los zapatos y las medias. Hasta las uñas de los dedos del pie toman ese color tras recorrer la pista de laterita de alto contenido de óxido de hierro. Cerca de la pequeña ciudad de Iten, en las colinas de Kenia, el entrenamiento empieza poco después del amanecer, cuando aún está fresco.
El punto de reunión es tres veces por semana una salida a la calle principal. Más de 100 atletas se reúnen allí, entre ellos corredores experimentados como el plusmarquista de maratón Wilson Kipsang y jóvenes que espera hacer carrera en Europa y Estados Unidos. Tras una breve charla salen corriendo en medio de una nube de polvo.
Iten, ubicada a 2.400 metros por encima del nivel del mar, es la encarnación de aquello por lo que Kenia es conocida en todo el mundo: ser una orgullosa nación de corredores.
De ese país del este de África salieron numerosos fondistas importantes -Eliud Kipchoge, Jemima Sumgong, Wilson Kipsang, Abel Kirui, Mary Keitany-, que consiguieron desde oros olímpicos hasta récords mundiales.
Así es como Iten se convirtió en un lugar importante también para muchos atletas europeos y aficionados. «Todo aquel que corra debe haber estado alguna vez aquí», explica el alemán Timo Göhler, especialista en los 10.000 metros.
Tras una larga pausa por lesión Göhler quiere volver a ponerse en forma junto a su compañera Katja Fischer en tres semanas de entrenamiento en las alturas.
Las condiciones son duras: Hay subidas y bajadas, piedras afiladas en el camino, polvo que arde en los ojos. El poco oxígeno del aire dificulta la respiración a los recién llegados de la llanura y acelera el pulso. El cuerpo se adapta gradualmente por efecto del entrenamiento.
La cifra de atletas kenianos que pueden llegar a lo más alto sigue siendo enorme. En los importantes maratones de primavera (boreal) en Europa, América del Norte y Asia vuelven a ser el centro de atención.
Pero desde hace algunos años pende una sombra sobre el atletismo keniano. Numerosos atletas de renombre fueron suspendidos por dóping. «El dóping en Kenia no es sistemático», opina el jefe de la federación keniana de atletismo, Jackson Tuwei. «Se da sólo a nivel individual».
A una conclusión parecida llegó la Unidad de Integridad del Atletismo (UIA) de la Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo (IAAF, según sus siglas en inglés).
Las prácticas de dóping en atletas kenianos son ocasionales, no están coordinadas y no hay indicios de un sistema institucionalizado, señaló la entidad en un informe el año pasado. Pero la conclusión es de todas maneras es que Kenia tiene un problema serio con el dóping.
La pérdida de reputación es inmensa y el país se propuso luchar contra eso. «Hacemos todo lo imaginable para asegurarnos de estar limpios», dice Tuwei. «Queremos que nuestros atletas jueguen un juego limpio».
En 2016 se creó la Agencia Antidóping de Kenia (ADAK) y en septiembre del año pasado un laboratorio en Nairobi recibió el reconocimiennto de la Agencia Mundial Antidóping para el análisis de muestras. Es uno de sólo dos en toda África.
Todas las esperanzas están cifradas en el laboratorio. «Ahora podemos recoger muestras en todo momento incluso en los rincones más alejados de Kenia», dice el secretario general de la ADAK, Japhter Rugut.
Explica que hasta ahora para analizar a un atleta las muestras debían ser trasladadas a Nairobi y luego enviadas a un laboratorio en Doha, París u Oslo. Por eso muchas veces el plazo de 36 horas en el que es válida una muestra se superaba.
«Perdíamos alrededor de la mitad de las muestras», indicó. Los análisis debían repetirse y eso era caro, abundó. Dijo que además se perdía el efecto sorpresa inherente a un control no anunciado.
El laboratorio en Nairobi ofrece la posibilidad de realizar una mayor cantidad de tests, más seguido y por menos dinero, dice Rugut. Entre agosto y diciembre de 2018 se tomaron y analizaron por encargo de la ADAK unas 200 muestras de sangre.
El laboratorio no sólo recibe encargos de la ADAK, sino también sobre todo de la Unidad de Integridad de la IAAF, explica Ahmed Kalebi, jefe de Lancet Group of Laboratories, al que pertenece el laboratorio en la capital keniana.
Según Kalebi, sólo para la AIU en este primer año se realizarán entre 800 y 1.000 pruebas. Dice que todo es anónimo y está automatizado. En caso de errores o imprecisiones, se puede perder la acreditación de la Agencia Mundial Antidóping. ¿Es posible manipular las pruebas? «En teoría, sí. En la práctica, no», sostiene Kalebi.
Pero los controles más estrictos no son la única solución, consideran los funcionarios. Rugut señala que un gran problema es la falta de formación. Muchos atletas en el país tienen un origen humilde y son catapultados directamente al deporte de alto rendimiento.
«Hay una gran falta de conocimientos» en torno al dóping. Y las sustancias ilegales son fácil de conseguir, critica el jefe de la federación Tuwei.
A los corredores aficionados en las alturas de Iten les basta con un dóping natural: el sol cálido, la brisa suave que acaricia los campos, los niños que salen de la escuela y se suman espontáneamente a correr algunos kilómetros junto a los atletas, la vista de un grupo de monos colobos al costado del camino.
«Este programa alternativo ayuda a poner los pies en la tierra», asegura Jan Fitschen, campeón europeo de los 10.000 metros en 2006, sobre la fascinación que lo hace regresar a Kenia una y otra vez.
Por Bernd Röder y Gioia Forster (dpa)