(dpa) – Los homosexuales, los trans y los bisexuales lo tienen difícil en Polonia. Y si son creyentes, aún más. La Iglesia católica rechaza a las personas queer, por lo que se les dificulta profesar su fe.

Niko Graczyk está sentado en un café en Varsovia, en el vidrio cuelgan carteles con arcoíris con la leyenda «Aquí no eres una sombra». En una iglesia cercana suenan las campanas. Graczyk lleva una camiseta de red colorida, sombra de ojos con purpurina dorada, delineador, esmalte de uñas y bigote.
Graczyk llama la atención en la Polonia católica como persona no binaria, es decir, alguien que no se identifica ni como hombre ni como mujer.
Graczyk, de 28 años, escribe para medios polacos acerca de la comunidad LGTB, que se encuentra en la mira de la Iglesia y del Gobierno del partido nacional-conservador Ley y Justicia (PiS).
El joven fue alguna vez creyente. «A los 13 años tuve una fase en la que me interesaba mucho la religión y la fe», recuerda. La mayoría, dice, vive en algún momento un «romance» con la religión en un país tan católico.
Iba en aquella época a misa con bastante frecuencia, buscaba el sentido de la vida en la fe. «Pero al final resultó ser solo una etapa. Mi generación le dio colectivamente y casi por completo la espalda a la Iglesia», afirma.
El joven asegura que, simplemente, se dijeron demasiadas cosas aberrantes. Por ejemplo, Graczyk cita la declaración del arzobispo de Cracovia, Marek Jedraszewski, quien calificó a la comunidad LGTB como una «peste arcoíris».
El partido PiS, que gobierna en Polonia desde 2015, acosa asimismo a la minoría LGTB. «Esa gente no se puede equiparar con personas normales», declaró el ministro de Educación, Przemyslaw Czarnek.
El presidente, Andrzej Duda, se manifestó en términos similares. «Intentan convencernos de que son seres humanos. Pero es solo una ideología». Y el líder del PiS, Jaroslaw Kaczyski, también habló mal de las personas trans cuando aseguró que si alguien primero es hombre y minutos después quiere ser mujer, lo haría tratar.
«Este tipo de declaraciones antes me afectaban mucho», dice Daniel Rycharski, quien visualmente es lo opuesto a Niko Graczyk. Tiene cabellos castaños oscuros, barba y luce un suéter negro de cuello alto. De 37 años, es profesor de Bellas Artes en la Universidad de Stettin, creyente y homosexual.
Rycharski afirma que, entre tanto, se han dicho tantas cosas en contra de su orientación sexual que ya simplemente le resbalan. «Por eso vivo mi fe desvinculado de la Iglesia». Según explica, lo hace con caridad y activismo, no mediante rituales religiosos.
De acuerdo a las estimaciones, casi 33 millones de personas en Polonia pertenecen a la Iglesia católica, más del 85 por ciento de la población. Así que es obvio que entre ellos hay personas queer.
«Los votantes del PiS tienen más de 50 años, son conservadores y devotos, así que el partido quiere seguir llegando a ellos», dice Graczyk.
¿Y dónde encuentra a estas personas? Claramente, en la iglesia. Por eso, señala Graczyk, reciben poder de parte del Gobierno y, a cambio, los curas hablan públicamente a favor del PiS. Los creyentes heterosexuales de Polonia también se quejan de que los sermones son cada vez más políticos.
La activista Alexandra Magryta, de la fundación feminista Federa, explica el fenómeno: «La derecha polaca está lo más alejada posible del movimiento LGBT. Es un poco diferente aquí que, por ejemplo, en Alemania, donde también hay un gran grupo de diputados arcoíris en la CDU, por ejemplo».
Los creyentes queer se encuentran en un dilema debido a la proximidad de la Iglesia al Gobierno. Rycharski, profesor de arte, también se pregunta a menudo: «¿Estoy del lado LGBT o del lado de la fe? ¿Voy de todos modos a la iglesia, aunque no sea bienvenido?».
El papa Francisco dijo en una entrevista a principios de este año que «la homosexualidad no es un delito». La doctrina católica dice que, aunque los gays deben ser tratados con respeto, los actos homosexuales son «desordenados por naturaleza». Francisco no ha tocado esta doctrina, pero ha hecho del acercamiento a la comunidad LGBT una parte central de su pontificado.
Una declaración de la Conferencia Episcopal Polaca, sin embargo, suena menos liberal. «La inclinación en sí no causa ninguna culpa moral, pero su aceptación interna, su difusión y el llamado cambio de sexo se evalúan claramente de forma negativa», sostiene un documento de 2020.
Graczyk dice que, para la Iglesia polaca, no vale la pena hacer lo que dice el Papa porque tiene otros intereses. «Quiere mantener su influencia, y la liberalización no le ayudaría a conseguirlo», considera.
Pero, ¿por qué el Gobierno y la Iglesia se ensañan con la minoría LGBT en particular? «Siempre hay que encontrar un enemigo común, que movilice a los votantes», dice la activista Magryta.
En Polonia, apunta Graczyk, no se puede discriminar a otros grupos, como las minorías extranjeras porque, a diferencia de otros países, sencillamente no existen.
Sin embargo, el joven señala que la parte religiosa de la comunidad LGBT es una especie de eslabón de conexión.
«Nosotros, como personas queer religiosas, conectamos la parte conservadora de la sociedad polaca con la parte liberal», dice Rycharski. «Pero mientras PiS esté en el poder, no conseguiremos tender un puente», alerta.
Por Oliwia Nowakowska (dpa)