(dpa) – Algunas cosas son eternas, y las historias de detectives de la popular escritora británica Agatha Christie parecieron ser una de ellas durante mucho tiempo. Sus libros han vendido miles de millones de ejemplares y aún hoy se siguen leyendo y filmando. Sin embargo, el tiempo dejó su huella en las historias en torno al famoso dúo formado por Miss Marple y Hércules Poirot.
Frases como «una parte superior del cuerpo como de mármol negro, como la que admiraría cualquier escultor» ofenden hoy a algunos lectores, al igual que las denominaciones equívocas de judíos o sinti y romaníes. Tal como reveló el periódico conservador británico «The Telegraph», en las últimas ediciones se eliminaron estas descripciones y términos.
Los libros de Agatha Christie se unen así a esa serie de obras a las que se aplica el lápiz rojo de lo políticamente correcto. También las obras del autor infantil británico Roald Dahl fueron víctimas de estas modificaciones, que, al darse a conocer, levantaron una ola de indignación. El escritor británico de origen indio Salman Rushdie, que el año pasado sobrevivió por poco a un intento de asesinato, escribió que Dahl no era «ningún ángel», pero que los cambios equivalían a una «censura absurda» y que la editorial debería avergonzarse.
Según el «Telegraph», en los textos de Dahl se realizaron numerosas tachaduras y reformulaciones: el «rostro de apariencia monstruosa» de un personaje femenino desapareció de la novela infantil «Las brujas», por ejemplo, al igual que la brutal sugerencia: «Podríamos reunirlas a todas y pasarlas por la picadora de carne».
Según se informa, las novelas de James Bond del británico Ian Fleming también van a ser revisadas para cumplir las normas de corrección política o incluso de «wokeness» (concienciación sobre la discriminación). Zoe Dubno, escritora de la revista estadounidense «New Yorker», opina que se trata de un camino totalmente equivocado: «¿Quién es Bond sino una reliquia misógina de la decadencia imperial? ¿Por qué deberían él y Fleming escapar a nuestro juicio?»
La asociación de escritores English PEN también critica el procedimiento: «Los cambios en las obras literarias deberían ser el último recurso, sobre todo si no se puede consultar al autor», declaró un portavoz de la asociación británica a dpa. Como mínimo, enfatizó, debería facilitarse información al respecto con la mayor transparencia posible y ofrecerse también la posibilidad de leer las obras en su versión original e inalterada.
Los críticos señalan que la literatura no puede pretender proteger a los lectores de cualquier imposición, y argumentan que las obras especialmente influyentes siempre han hecho daño. Asimismo afirman que, incluso si individuos o grupos se sienten atacados o menospreciados, esto sigue estando amparado por la libertad artística.
Que las obras más antiguas, en particular, pueden causar ofensa es básicamente obvio. Las sociedades abiertas renegocian constantemente sus valores, y el lenguaje cambia con ellas. Un libro conserva las opiniones y expresiones de su época de origen, por lo que puede irritar al cabo de unas décadas. La cuestión es, sin embargo, qué significado debe atribuirse a determinados términos problemáticos como lector actual y si no se pueden pasar por alto.
Obviamente, esto es más fácil con los clásicos realmente antiguos. En la época de William Shakespeare (1564-1616) no había ni democracias ni derechos humanos, ni libertad de creencias ni emancipación, así que el testimonio de una mujer en un tribunal no valía casi nada. Vista desde la óptica actual, la obra de Shakespeare está plagada de tendencias y expresiones antidemocráticas, racistas, antisemitas y misóginas.
Así y todo, pocos llegarían a reducirla a eso. Como la mayoría de la gente es consciente de que el siglo XVI no puede juzgarse con los criterios del siglo XXI, es más fácil aceptar estos textos sin aplicarlos inmediatamente a uno mismo.
Sin embargo, las obras de Shakespeare se reponen, reescriben y reinterpretan constantemente en función de los tiempos y la cultura. Desde el Holocausto, por ejemplo, ya no es posible representar «El mercader de Venecia» con el prestamista judío Shylock como villano tal como se hacía antes de 1945. La obra se sigue escenificando, pero de forma diferente. Su esencia, sin embargo, permanece intacta.
Ese es también el argumento de los editores que adaptan libros. El bisnieto de Aghata Christie, James Prichard, que gestiona el legado literario de la reina del crimen fallecida en 1976, adopta una postura relajada: «Mi bisabuela no habría querido ofender a nadie», declaró al periódico estadounidense «New York Times», y añadió que el lenguaje que hoy se considera problemático no tiene por qué permanecer obsesivamente en el texto. «Porque lo único que importa es que la gente pueda leer libros de Agatha Christie para siempre», puntualizó Prichard.
Por Larissa Schwedes y Christoph Driessen (dpa)