(dpa) – En marzo, el estudio de yoga del camboyano Lun Piseth comenzó a limitar el número de personas por clase a cinco, a mantener las colchonetas más alejadas unas de otras y a limpiar todo con una solución a base de alcohol.
A fines de ese mes, la cifra de casos confirmados de Covid-19 en Camboya había aumentado de uno a más de cien.
Luego, en la primera semana de abril, el Gobierno ordenó cerrar todos los gimnasios y centros de entrenamiento del país. El estudio de yoga Nataraj Yoga no tuvo otra opción que enrrollar las colchonetas y cerrar sus puertas, señala Piseth, su director.
Pero las clases de yoga en la capital de Camboya, Phnom Penh, continuaron en numerosos espacios, incluido Nataraj, a través de plataformas online.
Los profesores de yoga dicen que se mantienen en actividad, a pesar de que se redujeron sus ingresos, transmitiendo las clases a través de Skype, Zoom o Facebook.
Pero no estar en el espacio conlleva una serie de desafíos, como por ejemplo, cómo indicar una postura incorrecta sin la posibilidad de tocar físicamente el cuerpo de los alumnos.
«No puedo tener acceso total a mis alumnos porque con la cámara sólo puedo ver desde un ángulo», relata Piseth a dpa y explica que los instructores deben asegurarse de que los cuerpos estén alineados correctamente para evitar lesiones. «No tenemos la misma energía que si trabajamos con las personas en el mismo espacio», añade.
Como en gran parte del mundo, gimnasios, escuelas, cines y otros lugares llevan semanas cerrados como medida para luchar contra la propagación del Covid-19.
Las infecciones en esa nación del sudeste asiático se mantuvieron oficialmente en 122 desde el 12 de abril hasta el 21 de mayo, cuando se detectó otro caso. De todas maneras, ya casi todos los pacientes están recuperados y no se confirmó ninguna muerte relacionada con el coronavirus.
Representantes del Ministerio de Salud y la Organización Mundial de la Salud advirtieron a los ciudadanos que no se relajen respecto de las medidas de prevención, dado que aún es posible que el virus se propague. Los expertos también advirtieron de posibles casos sin informar.
Piseth dice que aproximadamente la mitad de los 11 docentes de su centro ahora utilizan Skype, mientras que otros dejaron de dar clase desde que se cerró el centro.
Se siguen ofreciendo varias clases todos los días de la semana, pero tanto el centro como los profesores ganan menos que antes, dado que menos personas -unas seis en promedio- se suman a cada clase online y los instructores cobran de acuerdo a la cantidad de alumnos por clase, explica Piseth.
«No todos pueden ganarse la vida estos días con clases de yoga», añade. «Nosotros hacemos lo que podemos ahora mismo para sobrevivir».
Aunque en Camboya no hay cuarentena obligatoria ni restricciones a la circulación, Piseth señala que las clases online son una buena opción para personas en otros países que están confinadas a sus casas y para todo aquel en Camboya que practique la distancia social o eche de menos la pertenencia a una comunidad que ofrece el estudio.
«Ésta es la mejor opción para ellos para preservar su salud» y mantener su bienestar físico y mental, enfatiza.
Además de las clases por Skype, Krama Yoga, una organización benéfica que gestiona Nataraj, está desarrollando una plataforma online que ofrecerá diferentes tipos de clases de yoga al día para suscriptores a cambio de un abono mensual, señala la fundadora del grupo, Isabelle Skaburskis.
«Esto es porque dar clases de yoga es el único ingreso de muchos de nuestros docentes, que se enfrentarían a condiciones muy funestas si su ingreso sigue menguando», dice.
En Camboya, país con un ingreso mensual promedio de unos 500 dólares según cifras de 2017 y sin red de contención social, el dinero ganado por las clases de yoga permite a los profesores manterse a sí mismos y a sus familias, añade Skaburskis.
En Dara, otra profesora que gestiona el centro Karuna Yoga, señala que ella también pasó a dar clases online desde mediados de febrero, pero que está perdiendo dinero y que ya no podrá emplear a la mayoría de los instructores. «Ahora mismo no tienen ingreso porque están en sus casas y no trabajan».
Con la cámara de un iPhone montado sobre un trípode muestra a sus alumnos las posiciones a través de Zoom. Aclara que no tiene micrófono, por lo que tiene que hablar más alto de lo habitual. También echa de menos poder corregir las posturas de los alumnos.
Dara observa que mucha gente está muy estresada por la pandemia, pero que el yoga puede ayudar a aportar calma. «Algunos de mis alumnos no pueden dormir porque están constantemente pensando en la pandemia».
«Cuando pase esto, espero que el yoga ayude a sanar cuerpos y mentes», agrega.
Cuando se le pregunta a Piseth si en Nataraj seguirán las clases online una vez que la pandemia decaiga, señala que lo más probable es que vuelvan las clases presenciales porque el yoga es una disciplina que se practica mejor en comunidad y en un espacio determinado.
Por Matt Surrusco (dpa)