Múnich, 25 dic (dpa) – Su nombre es inseparable al del director de cine Rainer Werner Fassbinder y es una de las pocas actrices alemanas que logró entrar en el mundo de Hollywood. Hasta hoy, Hanna Schygulla está ligada al cine, delante y detrás de la cámara.
Sus nuevos proyectos no apuntan a la alfombra roja, sino a la base. Desde hace un tiempo, Schygulla trabaja con jóvenes refugiados y ahora quiere cimentar un nuevo premio para jóvenes cineastas que participan en iniciativas interculturales y más allá de las fronteras.
«A mi edad, en la vida no se trata ya de recibir, sino de entregar algo que pueda enriquecer al mundo y ponerlo en movimiento», comenta Schygulla, que llegó a Múnich de niña después de la Segunda Guerra Mundial y que el 25 de diciembre cumple 75 años.
La huida tras la guerra del antiguo territorio alemán de Silesia, donde nació, su infancia en Baviera, la temprana inquietud de ser diferente y la relación con su padre tras su regreso como prisionero -un extraño incapaz de darle un abrazo-, todo esto dejó su impronta en Schygulla.
«De niña ya me salí del rol antes de caer más tarde en los roles», comenta la actriz. Fassbinder fue quien la incorporó a su teatro, y sus películas la convirtieron en una estrella. Tras 20 producciones bajo su dirección, entre ellas «Effi Briest», «El matrimonio de Maria Braun» y «Lili Marleen», Schygulla trabajó con otros grandes cineastas europeos, entre ellos Volker Schlöndorff, Jean-Luc Godard, Carlos Saura, Ettore Scola, Andrzej Wajda y Marco Ferreri, con el que ganó el premio a la mejor intérprete femenina en el Festival de Cine de Cannes.
Su carrera no siempre estuvo en el centro de su vida. Hace unos 20 años, Schygulla se ocupó de atender a sus padres y renunció a interesantes propuestas, entre ellas «Blue Velvet». Sus padres «no tuvieron antes tiempo para sí mismos, durante y después de la catástrofe de las guerras mundiales», comenta la actriz. «Al final, quise compensar esto lo mejor que pude».
Por Sabine Dobel (dpa)