Las llamadas fake news no son un invento del siglo XXI. Mucho antes de las redes sociales, los algoritmos y los titulares virales, la mentira organizada ya se utilizaba como arma política, estrategia militar y herramienta de control social. Cambian los medios, pero no la lógica: influir en la percepción para influir en la realidad.

Antes de Cristo ya existían las noticias falsas
En la Antigüedad, los gobernantes no necesitaban periódicos ni pantallas para difundir falsedades. Bastaba con un mensajero, un pregonero o un relato oficial. En las guerras del Mediterráneo se exageraban victorias, se inventaban amenazas y se apelaba a la intervención divina para justificar decisiones. La mentira servía para moldear el relato y someter a la población.
La Edad Media: el rumor como herramienta de poder
En la Europa medieval, el rumor se convirtió en un instrumento eficaz. Se difundían falsedades sobre minorías, rivales políticos o comunidades enteras. No existía prensa, pero sí miedo, superstición y silencio: un entorno perfecto para imponer versiones manipuladas como verdades absolutas. Aquello no quedaba en discurso: derivaba en persecuciones y violencia.
La imprenta amplificó tanto el conocimiento como la manipulación
La llegada de la imprenta no frenó la mentira, la multiplicó. Permitió difundir ideas y ciencia, pero también panfletos sesgados, acusaciones sin prueba y relatos diseñados para influir. La palabra impresa adquirió autoridad, y con ella, mayor poder para distorsionar la realidad con apariencia de legitimidad. Las fake news ya existían, aunque no se llamaran así.
Siglos XIX y XX: cuando la desinformación se sistematiza
La propaganda moderna profesionalizó la mentira. Durante guerras, crisis o revoluciones, la información dejó de ser un reflejo de los hechos para convertirse en una herramienta de control. En la Primera Guerra Mundial se fabricaron historias para mantener la moral o demonizar al enemigo. En la Segunda, la propaganda alcanzó niveles de organización y manipulación nunca vistos. La desinformación no era un error: era una estrategia.
Internet no creó las fake news, pero las aceleró
El cambio decisivo no fue conceptual, sino tecnológico. Antes un bulo tardaba días o semanas en circular; ahora basta con segundos. Antes se necesitaba estructura, poder o acceso a la impresión; hoy alcanza con un perfil anónimo, una red social y un algoritmo dispuesto a amplificarlo. La mentira dejó de necesitar intermediarios.
¿Por qué siguen funcionando?
Las fake news prosperan porque no solo apelan a lo digital, sino a lo humano. Funcionan porque:
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Simplifican lo complejo
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Activan emociones
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Refuerzan prejuicios previos
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Crean identidades de grupo
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Alimentan la desconfianza
La realidad exige contraste y reflexión. La mentira, en cambio, se consume sin esfuerzo.
Un fenómeno antiguo en un escenario nuevo
Las fake news no son una novedad moderna: son un problema antiguo adaptado a un entorno distinto. La intención permanece, pero el alcance y la velocidad se han multiplicado. Entender su origen permite comprender su fuerza actual y la necesidad de combatirlas con contexto, verificación y criterio profesional. Ignorarlas no las hace desaparecer. Reconocerlas es el primer paso para desactivarlas.