(dpa) – Edvard Munch fue un pintor muy productivo. Dejó 40.000 obras y objetos: Pinturas, dibujos, cartas, herramientas de trabajo. Dos tercios de ellos están en manos de la ciudad de Oslo, donde murió en 1944. Munch se los había regalado porque temía a los nazis.
Sólo una pequeña parte de ellos pudo ser exhibida hasta ahora en el Museo Munch de la capital noruega, que abrió en 1963. Pero pronto esta situación cambiará.
En el nuevo barrio cultural surgido junto al fiordo, justo al lado de la ópera, la ciudad construyó un nuevo museo a su pintor favorito: más amplio, más bonito y sobre todo de más fácil acceso.
Será inaugurado a fines del otoño (boreal), siempre y cuando la pandemia de coronavirus esté controlada hasta entonces y vuelvan a estar permitidos los eventos masivos.
El director del museo, Stein Olav Henrichsen, está muy entusiasmado a pesar de la incertidumbre. «Tenemos tantas posibilidades en el nuevo edificio», dice. «Allí podemos dirigirnos a los visitantes de otra manera».
En la nueva sede hay a disposición diez veces más superficie de paredes e incontables salas de diversos tamaños y alturas de cielo raso, que ofrecen espacio para once exposiciones.
También las pinturas de mayores dimensiones podrán exponerse al fin. En el Salón Monumental hay una gran hendidura en la pared exterior a través de la cual son ingresados los cuadros que no caben en el ascensor.
No hay comparación con la sede actual del Museo Munch en el barrio de Tøyen, dos kilómetros al noreste del centro. «Es hora de partir», comenta Henrichsen. El edificio no sólo está en mal estado, sino que es demasiado pequeño. En la última exposición sólo pudieron mostrarse 60 cuadros. El máximo son 120. No hay lugar para más.
Tras el robo de «El grito» y «Madonna» en 2004 se reforzaron las medidas de seguridad, por lo que la superficie para exponer se redujo en un 40 por ciento. Unos 28.800 cuadros y objetos permanecieron en el depósito.
Pero ya no falta mucho para que salgan a la luz, porque a principios de junio es la entrega de llaves. El nuevo museo en Bjørvika tiene 13 plantas y una superficie de 26.000 metros cuadrados. Siete plantas estarán dedicadas al arte.
No está establecido en qué orden el público deberá recorrer las once salas de exposiciones. «Queremos que los visitantes vean a Munch desde diferentes ángulos», explica Henrichsen. En vez de cronología, se trata de temas. «Munch regresa mucho a los mismos motivos».
Además, habrá una sala de cine, un anfiteatro, un café, un restaurante y una terraza con vista panorámica, desde la cual los visitante pueden ver el fiordo de Oslo y el nuevo perfil de la ciudad.
El edificio fue diseñado por arquitectos del estudio español Herreros. El alemán Jens Richter dirige el proyecto en Oslo.
El antiguo barrio de astilleros en las cercanías de la estación central se convirtió en los últimos años en un espacio para desarrollar arquitectura moderna. Tras la construcción de la espectacular ópera a cargo del estudio de arquitectura noruego Snøhetta surgió una serie de edificios de viviendas y oficinas futuristas.
El último en terminarse fue la Biblioteca Deichman, diseñada por el estudio Lund Hagem, cuya inauguración a fines de marzo tuvo que ser pospuesta por la pandemia de coronavirus.
«Es impresionante que una ciudad como Oslo invierta tanto dinero en arte», destaca Henrichsen. Sólo los costos del Museo Munch ascendieron a 2.800 millones de coronas (250 millones de euros o 274 millones de dólares).
Pero Edward Munch no es un artista cualquiera. «Munch es una parte importante de la identidad noruega, de nuestra identidad cultural común», enfatiza el director del museo. «Todos los noruegos lo conocen y ya conocen sus pinturas desde los libros de la escuela».
Por eso está orgulloso de que las obras de Munch por fin reciban el espacio de exposición digno que se merecen. «Es un edificio monumental el que está ahí, en el fiordo. Es un manifiesto. Representa la importancia de Munch, de su obra y del papel del arte en la sociedad».
La parte superior tiene un pliegue, «una reverencia respetuosa ante la ópera, la ciudad y el arte en sí», detalla Henrichsen. La forma se asemeja a la undécima letra del alfabeto griego. Por eso los arquitectos pusieron al proyecto el nombre de Lambda.
La fachada estructurada horizontalmente está cubierta con placas de aluminio perforado, que ofician de protección solar transparente. Por eso de día no se ve vidriosa, sino gris, lo que valió algunas críticas a los arquitectos.
El edificio no es una torre luminosa, como se anunció en un primer momento, sino más bien parece una pared de aislamiento acústico. Pero Juan Herreros y Jens Richter piden a los habitantes de Oslo que tengan paciencia. «Cuando esté terminado, la iluminación interna será una parte fundamental de la fachada», señalaron al diario noruego «Aftenposten».
También el director del museo Henrichsen está seguro de que el Museo Munch será un vecino digno de la ópera, la biblioteca y el fiordo. Según sus estimaciones, medio millón de personas visitarán el espacio al año.
Por Sigrid Harms (dpa)