(dpa) – Nong lleva una hora caminando en círculos. De su apretado collar metálico cuelga una cadena de solo unos tres metros de largo sujetada, en el otro extremo, a un palo de bambú. El fuerte macaco la coge una y otra vez con la mano, y su expresión facial revela lo mucho que odia ese objeto.
El mono tiene cuatro años, y desde hace dos años y medio vive con el cultivador de cocos Lek y su familia. El trabajo de Nong consiste en recoger cocos de las altas palmeras por la mañana temprano, cuando el calor tropical de la idílica isla tailandesa de Ko Samui aún es soportable. Mientras realiza su tarea, Nong tiene que estar sujeto a una cadena.
«Los árboles son demasiado altos para nosotros los humanos, sería demasiado peligroso escalarlos nosotros mismos», explica Lek. «Por eso en Tailandia tradicionalmente utilizamos monos para que lo hagan por nosotros», señala, y añade que así ha sido durante generaciones. Como muchos otros, Lek consiguió su macaco en la escuela de monos de Surat Thani, en tierra firme. Allí, los primates atados con cadenas son adiestrados de por vida para que aprendan a retorcer la fruta hasta que esta se separa del racimo y cae al suelo.
«A mi mono lo entrené yo mismo», subraya el campesino de 47 años, sin explicar cómo lo hizo. Cada vez que Lek se le acerca, Nong ruge y le enseña sus afilados dientes. El granjero reprende a su macaco hasta que este se calla de nuevo. Es evidente que ha enseñado a Nong a coger cocos a la fuerza: «A veces aún tengo que pegarle para que aprenda a no ser tan agresivo», señala Lek.
Tailandia es uno de los mayores productores de leche de coco del mundo. Sin embargo, el hecho de que se utilicen monos en esta importante industria suscita cada vez más polémica. En particular, varias investigaciones de la organización protectora de animales Peta (Personas por el Trato Ético de los Animales) han provocado una ola de críticas, hasta el punto de que cadenas de supermercados de todo el mundo ya han prohibido la leche de coco tailandesa en sus estanterías.
Hace unas semanas, el servicio de reparto alemán HelloFresh anunció que dejaría de ofrecer leche de coco procedente de Tailandia en sus cajas de cocina. «No toleramos ninguna forma de maltrato animal en la cadena de suministro», afirmaron sus representantes en un comunicado.
Ya en 2020, el Gobierno de Bangkok había anunciado su intención de dotar a los productos de coco de un código, para poder rastrear si se habían producido sin la ayuda de monos. Sin embargo, según Peta, es casi imposible rastrear la cadena de producción hasta el coco recogido, ya que intervienen innumerables agricultores e intermediarios. «Está todo muy bien disimulado», afirma Jason Baker, vicepresidente responsable de campañas internacionales de Peta Asia.
El último informe de Peta data del año pasado. «La mala noticia es que hasta ahora, a pesar de todas las campañas a favor de los monos, nada ha cambiado», lamenta Baker, y explica que hay alternativas que se utilizan, por ejemplo, en Indonesia y Filipinas: «En Tailandia, simplemente habría que cultivar tipos de cocoteros que no crezcan tanto, o plantar árboles nuevos más a menudo». Según explican portavoces de la organización, Brasil o Colombia, por ejemplo, recogen la fruta con elevadores hidráulicos montados en tractores, sistemas de cuerdas o escaleras.
Baker está convencido de que lo que se hace a los monos es «crueldad mental», ya que a la mayoría los separan de sus madres cuando son bebés y luego los encadenan de por vida: «Se les priva de todo lo que es natural para ellos. Lo único que pueden hacer es correr en círculos». Lo peor, prosigue el defensor de los animales, es el aburrimiento sin ningún estímulo mental: «En realidad son criaturas muy sociales y muy inteligentes que tienen mucho en común con los humanos».
Además, la Unión Mundial para la Conservación de la Naturaleza (UICN) clasifica a los monos más utilizados en el sector, que son el macaco cola de cerdo sureño (Macaca nemestrina) y el macaco cola de cerdo norteño (Macaca leonina), como «en peligro crítico» y «en peligro» de extinción, respectivamente. «Sin embargo, los monos pueden tenerse legalmente como mascotas registradas en Tailandia», declaró el año pasado el servicio de noticias Thai PBC World.
No obstante, los agricultores no ven a sus recolectores de cocos como animales de compañía. «Los perros son mascotas, los monos son animales salvajes», afirman, y argumentan que por eso hay que encadenarlos, en caso contrario, huirían. También alegan que las cadenas son cortas porque, de otro modo, los monos podrían atacar.
Muy pocos propietarios de monos tienen licencia. «En nuestra cultura local no hay reglas fijas ni apenas controles», explica Pon, que posee seis monos. Entre ellos están el bebé Khaopod y Ker, de 30 años, recolector de cocos jubilado. De todos modos, está atado a cadena en una parte trasera de la propiedad. «Nunca lo regalaría, quiero a todos mis monos», asegura Pon. Al menos, hay algo que sí sabe: «Cuando empiezan a correr en círculos o a mostrar movimientos repetitivos, se aburren. Entonces juego con ellos».
No se sabe con exactitud cuántos macacos trabajan en el sector. Peta, sin embargo, estima que son al menos 1.000. Y de hecho, un camino que atraviesa las zonas rurales del sur de Ko Samui está repleto de plantaciones de cocoteros de unos 20 metros de altura. Dondequiera que se amontonen cáscaras de coco a lo largo de la carretera, siempre hay un mono cerca.
Como Nin, que está atado a una correa en el camión de su amo Dam. Una y otra vez, el mono mira al cielo, donde vuelan pájaros y mariposas. Sin cadenas, en libertad. ¿A Dam le da pena el animal? «Recoger cocos es su trabajo», afirma este bruscamente.
Sin embargo, algo está cambiando: la atención mediática ha hecho que muchos minoristas hagan sus surtidos más respetuosos con los animales, también en Alemania, Austria y Suiza, señala Tobias Schalyo, de Peta Alemania. «Lidl, Aldi, Rewe y Edeka, por ejemplo, han ampliado sus directrices sobre bienestar animal (…) y han retirado en gran medida de sus surtidos productos y proveedores de materias primas tailandeses».
Aun así, acabar con tradiciones ancestrales es difícil. Especialmente en regiones del mundo donde gran parte de la población rural lucha cada día por ganarse la vida, el bienestar de los animales no suele ser una prioridad. Queda mucho camino por recorrer antes de que los monos dejen de ser útiles como recolectores de cocos. Hasta entonces, Nong seguirá caminando en círculos.
Por Carola Frentzen (dpa)