Maastricht, 8 mar (dpa) – Corría el año 1894 cuando Pierre Joseph Mousset pintó el óleo de gran formato «The Charmer», en el que aparecía, coqueta e incitadora, una hermosa mujer desnuda. Por aquel entonces, movimientos como el #MeToo quedaban aún muy lejos.
La feria de arte TEFAF, que el sábado abre sus puertas al público, está llena de fantasías masculinas como la que representa este lienzo. Aunque quizá, la que más miradas acapara en estos días previos entre los visitantes especializados es una gigantesca pintura de Julius Kronberg (1850-1921): «Cleopatra». La reina egipcia aparece agarrando una serpiente venenosa, con un gesto que deja al descubierto uno de sus pechos.
¿Debate sobre sexismo? ¿Ciclos coyunturales? ¿Crisis políticas? Nada de eso interesa en la ciduad holandesa de Maastricht, donde anualmente se celebra esta feria de arte y antigüedades que atrae a los coleccionistas más pudientes. Aquí lo que se ofrece son valores eternos, los males del mundo exterior quedan fuera. Y pase lo que pase en el mundo, la TEFAF sigue teniendo el mismo aspecto.
Hay, por ejemplo, un par de galerías totalmente especializadas en pintura marina holandesa. Frente a ellas, la galería Meyer de París se centra en arte «oceánico y esquimal». El presidente galo, Emmanuel Macron, prometió recientemente que devolvería a África aquellas obras de arte que se remontan a tiempos coloniales. Pero el dueño de la galería, Anthony Meyer, se muestra intrigado por cómo se llevará esto a la práctica. «Va a ser mucho más complicado de lo que nuestro venerado presidente plantea», afirma.
Si en el aspecto de la restitución de obras de arte la política puede colarse brevemente en la TEFAF, el sexismo en la pintura desde luego que no supone un problema. Lo que sí es tabú son los precios. En la feria no hay carteles con lo que se pide por cada obra y, cuando se pregunta al respecto, la respuesta puede ser «no mencionamos precios». Así se le escucha, por ejemplo, a Howard Shaw, presidente y director de las galerías neoyorquinas Hammer. Este año, entre sus «joyas» tiene un pequeño Van Gogh.
«Puede ocurrir que alguien venga, compre el lienzo y quizá prefiera que sus amigos no sepan cuanto ha pagado por ello, ¿entiende?» Claro, pero ¿qué sucede si a uno le interesa realmente comprar la obra? En ese caso, necesitaría saber un precio… Shaw frunce el ceño. «Cuesta lo que uno esperaría de un Van Gogh». Un par de stands más allá hay un Picasso que no se parece en nada a un Picasso. Y es que data de 1895, cuando el artista apenas sumaba 14 años.
Aunque se trate de la obra de un escolar, este pequeño retrato de un hombre con barba se vende por nada menos que 1,7 millones de euros (2,2 millones de dólares). Ante una cifra así, quizá los menos entendidos dirijan sus miradas a la imponente «Cleopatra» de cuatro metros. Y como es habitual, también este año hay algunos inéditos en la TEFAF, como el óleo «Filósofo» de José de Ribera, que se presenta en la galería española Artur Ramon.
No obstante, también resulta divertido darse un paseo por la TEFAF aunque uno no quiera comprar nada. Y es que esta cita marca también, en cierto modo, la llegada de la primavera, y no sólo por el perfume de los arreglos florales de sus stands. Nada más asomarse el primer rayo de sol, todo el mundo busca sitio fuera para tomarse un café con un trozo de pastel de manzana. Aquí resulta fácil disfrutar de la vida. ¿Y a quién le importa en estos momentos cuánto cuesta ese Van Gogh?
Por Christoph Driessen (dpa)