(dpa) – La laguna con agua marina en Arrecife, la capital de la isla canaria de Lanzarote, fue durante mucho tiempo un pozo negro apestoso. Hasta que llegó César Manrique.
El artista y arquitecto español, que hasta sus últimos días asumió un profundo compromiso con la defensa del medio ambiente de su isla natal, hizo limpiar y embellecer la laguna con pequeños puentes y un paseo marítimo bordeado de palmeras.
Manrique murió en un accidente de automóvil el 25 de septiembre de 1992. «Su muerte me conmocionó», cuenta Esteban Armas, quien desde 1978 trabajó junto a Manrique. Los dos arquitectos eran amigos e incluso parientes lejanos.
«Lanzarote es, por supuesto, más que César Manrique. Pero nuestra isla no sería la misma sin él», afirma Oscar Pérez, encargado de la Oficina de Cultura de la isla.
«Fue y sigue siendo nuestro mejor embajador internacional. Con sus obras arquitectónicas y su lucha por un turismo sostenible le imprimió como ningún otro una imagen propia a Lanzarote, destaca el funcionario.
César Manrique habría cumplido 100 años el 24 de abril. Durante todo el año, su isla natal celebra su centenario con cientos de eventos culturales. Una serie de exposiciones, conferencias, representaciones teatrales, conciertos y documentales están dedicados al gran artista lanzaroteño.
Cuando Manrique regresó a Lanzarote en 1968 después de estudiar arte en Madrid y pasar un tiempo en Nueva York, despertó a la isla de su letargo y la comenzó a transformar. Hasta ese momento, la más oriental de las islas canarias era considerada el patito feo del archipiélago en el océano Atlántico.
«Éramos una isla pobre, sin turismo, y vivíamos de la agricultura y la pesca. Los que podían se iban a Gran Canaria o Tenerife, donde ya había empezado el boom turístico», recuerda Armas.
«Pero donde nosotros solo veíamos páramos desolados, César veía belleza. Cambió nuestra visión de la isla, hizo que los habitantes se sintieran orgullosos de ella. Y además, tenía una imaginación increíble. En cada lugar veía un potencial de transformación», destaca el arquitecto.
Un ejemplo es el túnel de lava de Jameos del Agua, generado por la erupción del volcán de la Corona hace 3.000 años. Con su lago salado, su flora subtropical y una cueva donde tienen lugar conciertos y eventos culturales periódicamente, es una de las mayores atracciones turísticas de la isla.
«Antes era un pozo en el que la gente tiraba su basura ilegalmente. Pero César inmediatamente vio la magia de este lugar», describe Armas al artista de prestigio internacional.
Manrique vio a Lanzarote como una joya. «Haré de nuestra isla el lugar más bello del mundo», prometió el arquitecto a los habitantes a su regreso. Y así surgieron lugares encantadores y casi surrealistas como el Jardín de Cactus, una cantera en desuso que Manrique transformó en un gran jardín diseñado con cientos de especies de cactus de todo el mundo.
Los turistas que llegan a Lanzarote admiran las esculturas de Manrique, entre ellas, el Monumento al Campesino, una de sus obras más emblemáticas dedicada a los campesinos de la isla. Otro de los lugares más visitados es el Mirador del Río, excavado en los acantilados y que ofrece una vista panorámica de la isla La Graciosa.
En 1975 Manrique además creó el Museo Internacional de Arte Contemporáneo (MIAC) en la fortaleza militar de San José en Arrecife.
Con el paso del tiempo, las obras arquitectónicas de Manrique atrajeron a un número creciente de turistas, que comenzaron a hacer excursiones diarias a Lanzarote desde Tenerife o Gran Canaria. Entonces se construyeron los primeros hoteles.
Mientras la industria del turismo percibió que la isla podía convertirse en una gran fuente de dinero, a César Manrique lo apoderó el miedo. Y aunque fue él quien realmente puso en marcha la maquinaria turística, también quiso evitar que Lanzarote cometiera los errores de las islas vecinas.
En los años 80, Manrique recibió el encargo de construir hoteles y complejos turísticos ecológicamente ejemplares en Costa Teguise. Pero pronto la industria se centró más en la cantidad que en la calidad y esto causó el rechazo del artista, que no solo organizó protestas sino que usó su fama para repudiar en medios internacionales a los «especuladores codiciosos y políticos miopes que estaban a punto de destruir la isla».
Uno de sus máximos aliados fue su amigo de juventud Pepín Ramírez Cerdá, el primer presidente del Cabildo insular (1960-1974). Con la ayuda de Cerdá, Manrique consiguió que los nuevos edificios no fueran más altos que las palmeras.
Gracias a los esfuerzos del arquitecto y artista canario, Lanzarote fue declarada Reserva de la Biosfera por la Unesco poco después de su muerte en 1993. De esta manera, se evitaron en gran medida construcciones que dañaran el medio ambiente.
En su lucha contra el turismo desenfrenado, las fiestas nocturnas y los grandes edificios, el arquitecto también se ganó muchos enemigos. Algunos políticos incluso quisieron declarar al ciudadano más ilustre de la isla persona non grata, recuerda Bettina Bork, una arquitecta alemana que vive en la isla desde hace más de 30 años.
«César era una persona cariñosa y sensible. Pero cuando se trataba de defender a su isla, también podía exasperarse mucho y convertirse en un verdadero dolor de cabeza», afirma Bork, una amiga del célebre arquitecto.
En Haría, cerca de la antigua casa de Manrique, la arquitecta dirige su centro de Arte de Obra, donde reúne un sitio cultural y casa de huéspedes. Con su Sociedad Haría, Bock continúa la lucha del artista por un turismo sostenible.
Por Manuel Meyer (dpa)