ANTALYA, Turquía (dpa) – Erdogan Özdemir reduce la velocidad de su barco, se asoma por la borda y mira al agua poco profunda. Sólo pocos metros separan el barco de la orilla de Kekova, una pequeña isla situada a sólo unos cientos de metros de la costa sur de Turquía. «¿Ven ustedes allí las ruinas?», les grita Erdogan a sus huéspedes. En el agua cristalina se pueden divisar muy bien los restos de muros y columnas de la «ciudad hundida». Tienen una antigüedad de miles de años y pertenecen a la antigua ciudad de Dolikhiste. Como consecuencia de un terremoto, algunas áreas de la isla y la ciudad se hundieron en el mar.
Erdogan navega a lo largo de la orilla. El aroma de tomillo y laurel se mezcla con el aire salado del mar. Una y otra vez Erdogan señala restos de edificios. Incluso el antiguo puerto se puede ver claramente, a una profundidad de dos metros. Ahora, Erdogan cambia de rumbo y se dirige a algunos sarcófagos que sobresalen del agua cerca de la costa continental de Kaleköy. Esta localidad es un pueblecito costero turco como de película a la que sólo se puede llegar en barco o a pie. Sobre el pueblecito se alza la antigua ciudad de Simena, cuya fortaleza está envuelta por la suave luz del sol poniente.
Cerca de allí Erdogan busca una pequeña bahía solitaria para pernoctar. El mar está ahora totalmente tranquilo. Una y otra vez tortugas marinas sacan la cabeza del agua como si quisieran ver quiénes son los que se están acomodando en su bahía. «Esas son tortugas caretta. Están protegidas y existen desde hace ya más de 100 millones de años», dice Erdogan, que acaba de salir a la cubierta con té recién hecho.
Mientras que los turistas disfrutan de la romántica puesta de sol en medio de sonidos orientales, Erdogan prepara en la pequeña cocina del barco pescado fresco, una ensalada de tomates, aceitunas y pan árabe para la cena. «¿Acaso este no es un sueño?». Este es quizás el lugar más bonito de toda Turquía», dice Erdogan después de la comida, mientras que enciende gozoso un cigarrillo y mira al cielo estrellado. En un lugar idílico como este es difícil imaginarse que a una distancia de sólo una hora en coche miles de turistas se aprietan en la Riviera Turca en grandes hoteles todo incluido y en la playa.
Además de la costa parcialmente rocosa de la península de Licia, las numerosas ruinas de ciudades de la Antigüedad griega y romana, así como las tortugas marinas protegidas han impedido que aquí las playas, los pueblos y las bahías se llenaran de hoteles para masas de turistas. Un ejemplo es la pequeña localidad de Cirali: en vez de grandes complejos hoteleros como en la cercana ciudad de Kemer, hay una hilera de pequeños albergues cerca de la playa en medio de naranjales y limonares.
La mayoría de los turistas viene aquí a relajarse. Aquí parece como si se hubieran parado los relojes. Por la noche, muchos turistas caminan con linternas por un sendero empinado y pedregoso hacia las famosas «rocas en llamas» de Chimaira, a una altura de 250 metros. Se trata de pequeños agujeros de los que sale fuego permanentemente. Desde este lugar en lo alto la vista del mar es maravillosa y el fuego crea un ambiente romántico. Hoy se sabe que las llaman se alimentan de gas natural. En la Antigüedad, sin embargo, la gente creía que en la profundidad del monte Olympos vivía un monstruo que vomitaba llamas, la quimera, que viene del turco Chimaira.
Muchos caminantes suben durante el día a la «Cueva del Monstruo», el monte Olympos, que tiene una altura de 2.300 metros. Otros excursionistas utilizan el teleférico, demasiado caro pero rápido, para disfrutar desde la cima de las impresionantes vistas panorámicas. Olympos también es el nombre de la ciudad en ruinas, olvidada durante mucho tiempo, de la Antigüedad, del segundo siglo después de Cristo, que se extiende espectacularmente, cubierta de plantas trepadoras y árboles, a la orilla de un pequeño río detrás de la playa de Cirali.
Un playa de ensueño como la de Patara, de 14 kilómetros, también se habría llenado ya hace tiempo de hoteles y restaurantes si no se encontrasen aquí las pequeñas ruinas de la Antigüedad o si las tortugas marinas no hubiesen venido cada verano a esta playa para poner sus huevos. Por esto, sólo hay unos cuantos pequeños hostales deliciosamente tranquilos y restaurantes en los que puede ocurrir que la carta del menú, a diferencia de la Riviera turca alrededor de la ciudad de Antalya, no esté escrito en inglés o alemán.
Por Manuel Meyer