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Noticias y Actualidad

Truffaut, el cine o la vida

adminBy admin21 octubre, 2014

6792294wParís, 21 oct (EFE).- Francia inventó el cine dos veces. A la salida de la fábrica Lumière -era 1895-, y seis décadas más tarde, en el umbral de los «Cahiers du cinéma», cuando los críticos de esa publicación tomaron la cámara tras el faro de François Truffaut, de cuya muerte se cumplen hoy 30 años.

Autodidacta, bajo la tutela de una madre que no ejerció, hijo sin padre y padre (fílmico) de tantos, Truffaut (1932-1984) abandonó la escuela para ir al cine o, mejor, hizo del cine una escuela.

«El cine le salvó la vida», confirma a Efe el director de la Cinemateca francesa, Serge Toubiana, antes de abundar en una torturada niñez bajo el «refugio» de los cine-clubs del parisiense y popular Pigalle de la Ocupación.

Un universo mítico que respira en una muestra que, por primera vez, exhibe en la Cinemateca el archivo personal del director, crítico y guionista francés, legado por la familia tras su desaparición.

Bautizada oficialmente en los epígrafes de la Nouvelle Vague, la cinefilia de Truffaut fue una suerte de orfandad, según la bellísima expresión del crítico Serge Daney, que trastocó las sílabas y -del «cinéphile» al «ciné-fils»- transformó al cinéfilo en un hijo del cine.

Fue una infancia de trazo dickensiano, la de un niño que frecuentaba «furtivamente» la Cinemateca del legendario Henri Langlois, en la Avenida Messine, bajo la fascinación por las imágenes que, azuzada en la «clandestinidad», prolongó su intensa actividad lectora.

«El joven Truffaut amaba los libros, la lectura era lo único que su madre toleraba», revela Toubiana, quien repasa la vocación literaria de un hombre que se enamoró del cine en una biblioteca y cuya obra, de Henry James a Ray Bradbury, nace en un relato impreso.

Inundada de misivas, diarios y novelas, su filmografía -revisada de forma exhaustiva a lo largo de la muestra- entabla un diálogo «físico, casi carnal» con lo novelesco.

Literatura e infancia, o dos «motivos permanentes» a partir de los cuales Truffaut levantó una obra que, regularmente, de «L’enfant sauvage» a «L’argent de poche», reivindicaba las aulas como escenario fundamental para «afrontar la vida adulta en plena libertad».

La escuela de todos, la voluntad de transmitir para ser mejores, ilumina así una exposición surcada por grupos de escolares -guiño involuntario al anhelo de Truffaut- que se reparten la cartografía de textos, carteles y cuartillas de guion que vincula las salas.

Y escribir, como filmar, era contarse a sí mismo. A menudo «enmascarado», lo autobiográfico anega la obra de Truffaut para adquirir, precisa Toubiana, una «dimensión universal».

Porque, llegó a decir el cineasta, el cine «importaba más que la vida», una biografía que cristalizó en su «alter ego», el menudo Jean-Pierre Léaud, y la saga de su personaje Antoine Doinel, su particular aritmética del amor: «El joven que madura, que se resiste a integrarse en sociedad y tropieza con un primer romance».

Antoine Doinel, al que siempre dio vida el actor Jean-Pierre Léaud, apareció por primera en la película de Truffaut «Les quatre cent coups» (1959) y fue apareciendo en varias cintas suyas hasta «L’amour en fuite» (1979)

Criatura humanísima, trastabillada, Doinel sobrevivía ahogado por la infancia patológica del hombre, según Truffaut, desplazado por la audacia de sus personajes femeninos.

Toubiana, redactor jefe de los «Cahiers du cinéma» durante los ochenta, recuerda a un creador «muy activo» y «vigilante de la memoria» de Cocteau, Rossellini o Jean Renoir, sus «padres espirituales».

A finales de los cincuenta y bajo la mirada paternal del fértil André Bazin, la joven crítica de los Rivette, Godard o Rohmer hablaba de cines antes que de cine para, sobre el papel, fundar la figura del autor. Truffaut, que estrenó «Les quatre cent coups» en Cannes en 1959, solo fue el primero en rodar después de escribir.

Luego llegó una carrera construida desde la pasión de filmar y, por tanto, de vivir. Para Truffaut, el cine -«elección moral, irreductible»- o era una cuestión de amor o sencillamente no era.

«Amar las películas para sustraerse de lo real», resume Toubiana tras el rastro de un tipo intrépido que aspiraba a vivir como rodaba: «Sin atascos, como trenes que avanzan en la noche», en palabras de Truffaut.

 

Por Carlos Abascal Peiró

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