(dpa) – Explorar solo los deslumbrantes paisajes de Mongolia, abrirse paso por sus tierras al volante de un todoterreno no es una experiencia para cualquiera, sobre todo teniendo en cuenta que en el reino de Genghis Khan las rutas son prácticamente inexistentes. ¡Pero el móvil tiene señal!
Intentamos avanzar por un camino de ripio y vemos que está tapado con piedras. ¿Estará clausurado? Sorteamos la barrera. Por suerte en Mongolia hay cualquier cantidad de caminos alternativos. A los pocos metros lamentamos haber sido temerarios. Estamos delante de un arroyo. La crecida debe tener un metro de alto. A nuestra derecha fluye el río Orjón por un amplio valle. Imposible doblar.
¿Qué tal hacer un roadtrip por Mongolia? No siempre es fácil, pero tampoco es imposible.
Por rutas riesgosas
La mayoría de los viajeros suele contratar salidas organizadas y recorridos en buses UAZ, una especie de versión local de la tradicional camioneta de Volkswagen, aunque sin aire acondicionado ni calefacción y con pocas comodidades.
Y por un precio bastante abultado, opina Max Rettenwender, que está al frente de una gran concesionaria en Ulan Bator y creó la plataforma «Escape to Mongolia» para que los turistas armen su propio itinerario por el país.
Max dice que, en principio, hay una única limitación para usar la plataforma y lanzarse a la experiencia: «Hay que atreverse a hacer un viaje en solitario».
Decir roadtrip no sería del todo correcto, porque en Mongolia prácticamente no hay rutas. En el segundo mayor país sin litoral del mundo están asfaltados únicamente unos 2500 kilómetros.
Ulan Bator, una ciudad llena de contrastes
Nuestro viaje comienza en la capital, Ulan Bator, una ciudad de una arquitectura totalmente ecléctica: en los suburbios se ven los monoblocks de la era comunista, en el centro, rascacielos rutilantes y, en su sombras, monasterios y techos de pagodas.
Salimos de la ciudad y vemos abrirse paso un paisaje como en una maqueta. Aparecen colinas cubiertas de una alfombra verde. Ni rastro de árboles o arbustos.
Cuando llevamos recorridos unos 300 kilómetros, la app de navegación del móvil nos indica que giremos hacia la derecha. A 30 km/h traqueteamos por una huella en medio de la llanura verde unos 50 kilómetros hasta llegar al lago Uggi, un espejo de aguas claras, repletas de peces, que a pesar de los 1.300 metros de altura tiene una temperatura ideal para un chapuzón.
En el lago se pueden contratar paseos en bote. Salimos, y en medio de la vuelta sacamos dos peces lucios impresionantes. El cocinero de nuestro campamento lo prepara por la noche por unos 10 dólares.
Después de dormir en una yurta y desayunar un té con leche típico de la zona, nos disponemos a salir a caballo. Aparece un hombre llevando un deel, un abrigo típico mongolés, y sale andando delante nuestro.
Pero nada de galopar por las amplias estepas. El miedo de que los jinetes inexpertos salgan volando por no conocer a los caballos está en el aire. Avanzamos paso a paso.
Antiguos templos y una tortuga de piedra
El que estaba muy seguro sobre su montura era Genghis Khan, que fundó el mayor imperio que haya existido en el mundo. Sus inicios estuvieron nada menos que en Charchorin, y hacia allí avanzamos y llegamos, después de andar una hora por una ruta de asfalto.
Hoy la ciudad se llama Karakórum y es mayormente visitada por su monasterio Erdene Zuu, patrimonio de la humanidad.
Fue construido en el siglo XVI y fue el primer monasterio budista de Mongolia. En algún momento llegó a albergar a 10.000 monjes. En 1937, bajo mando comunista, el monasterio fue destruido prácticamente por completo, pero aún subsisten algunos templos. Entre ellos, el más antiguo del país.
Campamento a cielo abierto con vodka mongolés
Seguimos viaje y pasamos por la provincia de Khujirt y sus termas, famosas en todo el país. Unos kilómetros más adelante encontramos una cuenca ideal para acampar. Armamos la carpa sin ningún problema, porque en el país de las yurtas está permitido acampar casi en cualquier parte.
Luego de estar una semana haciendo un roadtrip desde Ulan Bator sentimos tener una buena impresión de los paisajes típicamente mongoleses, en particular de la estepa. Para llegar al lago Hövsgöl, en el noroeste de Mongolia, o al desierto de Gobi, en el sur, deberíamos contar con bastante más tiempo.
Cuando retomamos camino enfrentamos el mayor desafío de todo el viaje: detrás de Bat-Ulzii hay que sufrir abriéndose paso en zigzag sobre una lava petrificada con bordes ampulosos de basalto. Los tripulantes y las cosas que van sobre el auto se van sacudiendo de un lado a otro. Nos lleva cinco horas avanzar 75 kilómetros.
Por senderos laberínticos hasta Mini-Gobi
Unos días más tarde, cuando la parrilla del coche llega a un pequeño precipicio por el que es imposible seguir, encontramos por fin un cruce para atravesar el río.
Tras la caída del sol llegamos a Elsen Tasarkhai, una región que también es conocida como «Mini-Gobi» porque es muy similar al gran desierto del sur. Dormiremos en el «Altai Camp».
En los alrededores de Elsen Tasarkhai hay bastante infraestructura destinada al turismo porque una de las mejores carreteras del país llega a este enorme desierto. En la zona hay varios sitios conocidos como «ger-camps» que alojan a turistas.
Es sumamente interesante conversar con pastores de camellos como Davaajav Sharav, que lleva a una cría de camello hasta donde se encuentra su madre, lo deja mamar y luego ordeña. Dice que su rebaño, de 60 animales, le da unos 3.000 litros por año, además de lo que le pueden dejar las vacas, cabras, ovejas y caballos que tiene.
La bebida nacional es el Airag, una especie de leche de yegua fermentada, pero el nómade Sharav decidió que produciría Airag de camello.
Como gesto de amabilidad hacia nosotros, los visitantes, nos invita a pasar a su yurta, nos hace probar la bebida, que resulta ser algo amarga y tener un dejo de alcohol, y nos ofrece, siguiendo un viejo ritual, un poco de tabaco para inhalar.
Después de una breve pausa respetuosa, mira el móvil. Allí también se usa Facebook. Mientras tanto su mujer, Shatar Luvsan, revuelve una olla con leche de vaca sobre el fuego.
Desde el campo hacia la ciudad
Davaajav Sharav y Shatar Luvsan son parte de una transición. Sus dos hijos son pastores, pero su hija está estudiando. En Mongolia es cada vez más la gente que emigra a la ciudad.
Nosotros también emprendemos el regreso hacia Ulan Bator. La app nos dice que es hora pico y tal cual: nos lleva dos horas recorrer los cuatro kilómetros que nos marca la navegación para llegar hasta el hotel en el que pasaríamos la última noche. Ni siquiera nos llevó tanto avanzar sobre los caminos más ríspidos del interior del país.
Por Stefan Weissenborn (dpa)