(dpa) – Era un nicho que había que ocupar sí o sí: como el Range Rover era cada vez más caro y el Defender debía seguir siendo rústico, Land Rover decidió diseñar un modelo que encajara justo entre ambos. Así fue cómo surgió el Discovery, hace nada menos 30 años.
Un Land Rover no sale todos los días. La expectativa antes de que la automotriz británica levantara la tela que cubría el Discovery en septiembre de 1989 era enorme. Su última presentación había sido 19 años antes, cuando decidieron colocar el primer Range Rover a la par del Land Rover original para cubrir la demanda de dos segmentos bastante distintos.
Mientras el Land Rover, que incluso para aquel momento era medio anticuado, apuntaba a ser un vehículo de trabajo y de aventuras, el Range Rover pasó a ser un todoterreno para la clase alta y conquistó un lugar como limusina de lujo con un mayor radio de acción.
Ambos automóviles funcionaban y lograron dar con el público al que apuntaban, pero los separaba un abismo en el que se fue abriendo terreno la competencia de Asia y de Estados Unidos, con sus primeros SUV. Para no quedar con las manos vacías, Land Rover salió con una tercera serie, el Discovery, y no lo hicieron a pequeña escala.
Todo lo contrario. Como tenían que dar un buen golpe de efecto para entrar en el segmento, lo lanzaron en 1987 bajo el nombre de «Project Jay» y en un lapso de tan sólo tres años este tercer modelo estaba en el Salón del Automóvil de Fráncfort y poco después en las calles.
El resultado fue una especie de cortaplumas suizo sobre ruedas, asegura el instructor y guía de expediciones Dag Rogge, que ha recorrido todo tipo de rutas habidas y por haber al volante del Discovery. Como primer punto, Rogge destaca que con las dos hileras de asientos y los asientos laterales plegables del malatero es un modelo espacioso y flexible.
Las ventanas, bien grandes, y la abertura en el techo aportan una gran visibilidad y, como tercer gran punto, el coche es casi indestructible. «Eso hizo que el Discovery fuese un auto que funcionaba igual de bien para hacer una expedición que para ir de compras», dice Rogge.
En un primer momento salió como modelo de tres puertas, con 4,52 metros de largo, un motor diesel de cuatro cilindros y 2,5 litros y apenas 83 kw/113 CV o como motor de gasolina V8, una cilindrada de 3,5 litros y 108 kw/147 CV.
Eso hace que el «Disco» siga estando a la altura de cualquier aventura, incluso hoy, pero en realidad es un compañero muy agradable para el asfalto. De hecho no podría ir más allá de los 164 km/h, ni siquiera con un V8. De todos modos, el asiento es tan alto y la dirección tan liviana, que a uno tampoco le dan muchas ganas de ir más rápido. La fiebre por el «Disco» se deja disfrutar muy bien a un pulso lento.
Su versatilidad ha quedado demostrada a lo largo de los años con las innumerables expediciones y acciones de publicidad que han quedado plasmadas en sus crónicas. Atravesó la selva del Amazonas, paisajes salvajes de Madagascar y el hielo desértico de Siberia. Fue el coche de competencia en el rally de una marca de cigarrillos, remolcó un tren de 110 toneladas por el outback australiano y hasta ofició de central de operaciones de la Cruz Roja.
Como si fuera poco, en 2012, cuando se produjo el Discovery un millón, es decir, el auto que corporizaba la fabricación de un modelo de unidades de este diseño, el modelo aniversario salió de la planta de Solihull en Reino Unido y partió, recorriendo la antigua ruta de la seda, hacia la gran fiesta que lo esperaba en la feria de Pekín. Y no fue por una ruta tranquila. Eligió carreteras secundarias, por supuesto. Es más, en el agua también se siente bastante a gusto, tal como demostró un Discovery reconvertido en modelo acuático en el lago de Ginebra.
Mientras el Defender y el Range Rover son clásicos que persisten y sobreviven a los años, el Discovery sigue el ritmo más veloz y cambiante de las modas. La automotriz decidió lanzar la segunda generación ya en 1998. En el estreno dentro de un segmento que por entonces aún no se llamaba SUV, se vieron las primeras airbags para el piloto y para el copiloto. Y para ayudarle al conductor a perder el miedo a la aventura en tierras lejanas, el modelo ofrecía dos años después un asistente eléctrico para el descenso de cuestas.
En 2004 los británicos alzaron el manto del número tres y dieron un primer gran paso hacia el coche convencional. El diseño era clásico, pero la construcción bastante confortable. El modelo celebró sus 20 años con la cuarta generación, y en 2016 el Discovery número cinco pasó a ser una carrocería de aluminio.
Por Thomas Geiger (dpa)