(dpa – La erupción del volcán Kilauea hace un año fue algo verdaderamente espectacular. Pero para los habitantes de Hawái no fue sólo una foto, ni un momento. Fue un fenómeno natural que cambió sus vidas. Para los turistas también. Algunos destinos muy turísticos quedaron directamente borrados del mapa después. ¿Qué quedó?
En realidad, los habitantes de Hawái están acostumbrados a vivir temblores y movimiento telúricos, pero aquella vez el sismo alcanzó los 6,9 de la escala de Richter. En los últimos 40 años no se había sentido ningún movimiento tan fuerte en la principal isla del archipiélago estadounidense, conocida como Big Island.
«Fue muy dramático, y ese era sólo el comienzo», recuerda el sismólogo Brian Shiro, que trabaja en el Instituto especializado en vulcanología de Hawái en Hilo. Hasta el año pasado, sus oficinas se encontraban justo en la ladera del cráter de uno de los volcanes más activos del mundo. Pocos días después de la erupción el cráter se hundió, el lago de lava rojo punzante se aquietó y ascendió una nube de ceniza de diez kilómetros hacia el cielo. El museo adyacente fue cerrado.
Fue la peor erupción que se registró en Hawái en los últimos 200 años. En las laderas del Kilauea se abrieron grietas y la lava que se abría paso por allí sepultó unas 700 viviendas. Varios miles de personas quedaron sin techo.
El parque nacional en el que se encuentra el volcán recibe unos dos millones de visitantes por año. Después de la erupción estuvo cerrado 134 días, y si bien ahora ha reabierto sus puertas, no todas las actividades están a disposición.
Muchas áreas están clausuradas por miedo a derrumbes. Un buen ejemplo es el museo Jaggar. Pero el resto de los caminos y paradores en torno al espectacular cráter ya han sido reabiertos y el «Volcano House», el único hotel del parque, ha vuelto a recibir huéspedes. Lo más impresionante es uno de los caminos de un kilómetro y medio que puede recorrerse a pie o en bicicleta.
Fuera del parque también se han producido muchos cambios. En la península Puna la lava sepultó varias carreteras y aisló a algunas localidades. Dejó enterradas algunas zonas de vacaciones, un lago de agua dulce y playas muy visitadas, como la Champagner Pond de Kapoho, donde los turistas solían hacer snorkel.
Sin embargo, lo que para nosotros como turistas puede ser una imagen devastadora, desértica, para la población local tiene un significado totalmente distinto: ellos consideran que de allí emanan fuerzas espirituales.
«Durante la erupción, yo tuve la sensación de que la isla revivía. Era algo divino», comenta Michael Newman, que trabaja como ranger en el Parque Nacional. Nació en el archipiélago, con los relatos que fueron pasando por tradición oral de generación en generación. Como tantos otros hawaianos, cree en la fuerza de Pele, diosa del fuego que, según cuenta la leyenda, creó las islas.
«Muchas personas se asustan con el volcán, pero no ven que Pele crea nuevas tierras y nueva vida con cada erupción», explica Newman.
El mejor sitio para vivir esto como experiencia es Phoiki, una zona costera idílica en el sur de Puna, donde el río de lava se serenó unos tres meses después de la erupción.
El trayecto hasta Pohoiki lleva por una carretera que alguna vez estuvo atravesada por tres ríos de lava frescos. Es más, el volcán ha dejado en esa zona dos kilómetros de una línea costera totalmente nueva.
Al final de la pista se abre la última obra de Pele: en una bahía rodeada de palmeras de coco se despliega una playa de fina arena negra, producto de la erupción. ¿Cuánto tiempo estará allí esa playa? Nadie lo sabe. Años. Tal vez siglos. Todo depende de cuándo Pele vuelva a entrar en actividad.
Por Jörg Michel (dpa)