(dpa) – La cocina asiática suele ser fascinante y sabrosa, aunque a veces hay que ser valiente para probarla.
Un europeo mira vacilante el monstruo negro que tiene en la palma de la mano, toma valor y muerde, con la cara desfigurada, una de las ocho patas de la araña. El hombre comienza a masticar con cautela el crujiente miembro del arácnido frito pero cuando llega al enorme cuerpo, desiste.
Comer una tarántula no es algo para cualquiera. Pero en Camboya estos arácnidos son un tentempié muy popular, en especial en el mercado de Udong, a una hora en coche al norte de la capital Phnom Penh.
Los puestos de comida se alinean al pie de una colina boscosa. El olor a carne asada flota en el aire. Decenas de comerciantes anuncian en voz alta sus productos, mientras se oyen tambores budistas desde un templo cercano.
En medio del idílico paisaje, Nai Sin se sienta detrás de bandejas metálicas en las que se amontonan arañas fritas, y también cientos de tarántulas picantes preparadas en aceite. El consumo de Haplopelma albostriatum tiene una larga tradición en este país del sudeste asiático.
«Vendo tentempiés de insectos desde hace cerca de un año», relata la joven de 25 años, que también ofrece una montaña de grillos fritos.
Las arañas son capturadas en la provincia de Kampong Thom, ubicada a dos horas hacia el norte, y luego vendidas en enormes cantidades a los comerciantes del mercado.
«Las tarántulas son simplemente deliciosas, ¡sin ningún producto químico!», se entusiasma Nai Sin.
Los cazadores de arañas en Kampong Thom cavan pozos en el suelo y los perforan con palitos de madera hasta que los arácnidos salen. A continuación, se retiran de inmediato las dos garras venenosas de los animales.
Las tarántulas, del tamaño de la palma de la mano, se entregan a intermediarios quienes, a su vez, las llevan al mercado.
Un detalle desagradable: los animales suelen estar aún vivos cuando entran en la olla. Después se fríen en una mezcla de sal, azúcar, salsa de pescado y ajo hasta que quedan crujientes.
Ma Nich compró una tarántula y varios grillos en el mercado. «Los grillos me gustan más, son fáciles de comer y saben ligeramente salados», dice la mujer. «En el caso de las tarántulas, las patas son ricas pero el cuerpo es más difícil de tragar», explica. Otros probadores comida también señalaron que estas arañas son bastante duras para comer.
La vendedora Nai Sin dice que no gana mucho dinero con las arañas. «Ya me cuesta caro comprarlas», explica. Ella vende cada una a un dólar en su puesto de comida. «Los días buenos gano unos 25 dólares (23,5 euros), pero los malos, bastante menos», detalla.
Los camboyanos comen arañas, escarabajos, hormigas y otros insectos desde hace décadas. La tradición se remonta a la época del brutal régimen de los Jemeres Rojos.
Bajo el dictador Pol Pot, reinó un sangriento régimen de terror entre 1975 y 1979. Se estima que 1,7 millones de personas murieron en esos tiempos víctimas de trabajos forzados, hambrunas, torturas y asesinatos. Y para sobrevivir, muchas personas hambrientas comenzaron a comer insectos y arañas.
Pero hoy en día estos pequeños animales son considerados una provechosa fuente de alimento.
Según los expertos, comer insectos y arañas es una buena alternativa a las altas emisiones de CO2 de la producción de carne, especialmente a raíz del cambio climático y sus consecuencias para el planeta. Dado que los insectos requieren significativamente menos alimento que el ganado, por ejemplo, y sobre todo no producen metano, resultan un alimento sostenible.
En general, estos animalitos también son sanos porque son ricos en fibra, ácidos grasos insaturados, vitaminas, minerales y proteínas. Según algunos camboyanos, comer tarántulas ayuda incluso a curar enfermedades respiratorias.
Antes de la pandemia de coronavirus, las arañas, los grillos y demás se habían convertido incluso en una nueva moda en los restaurantes de lujo.
En Sieam Reap, cerca de los templos de Angkor, estaba el Bugs Café (Bichos Café), cuyo menú incluía escorpiones fritos y tarántulas fritas. En Phnom Penh, el restaurante Romdeng ofrecía grillos y arañas, mientras que Friends servía estofado de ternera con hormigas rojas. Pero con el cierre de fronteras y el desplome del turismo, muchos de estos restaurantes han tenido que cerrar.
Entretanto, no todos los turistas occidentales reaccionan con disgusto ante los exóticos tentempiés de Udong.
«Estoy muy abierto a experiencias culinarias de todo tipo, pero nunca pensé que pudieran gustarme las tarántulas», dice Daniel, un polaco que hace poco pasó un mes viajando por Camboya. «Pero quise lanzarme a la aventura y compré una en el mercado», sigue. «Sorprendentemente, me la comí toda».
El turista polaco asegura que los animales quedan bien crujientes, y que la mezcla de especias dulces y saladas tiene un sabor maravilloso. Sonriendo con picardía, dice: «Las tarántulas fritas se han convertido en uno de mis snacks favoritos».
Por Chris Humphrey y Carola Frentzen (dpa)