Verden (dpa) – La construcción de un ataúd puede ser una actividad social. «Yo elijo el destornillador eléctrico para mujeres», dice Elke Dykhoff. «El otro es más pesado», añade. Toma el aparato e incrusta un par de tornillos en algo que se parece a una caja de madera de pino.
Gabriele Köhler y Cord-Hinrich Blanke también han puesto manos a la obra. Las ranuras de las tablas deben coincidir, y el lado lijado de la tabla, según las instrucciones, va hacia adentro, donde uno mismo se encontrará recostado una vez muerto.
Lo que muestra esta tarde Henning Rutsatz de la empresa «Abschied und Bestattungen» (Despedidas y Sepelios) en la pequeña localidad de Kirchlinteln, en el norte de Alemania, es la construcción de un simple ataúd para cremaciones.
Rutsatz dice que se puede construir este ataúd de la modalidad «hágalo usted mismo» como último gesto para un ser querido o incluso para uno mismo. «La pena necesita ser canalizada», justifica. Asegura que ayuda poder hacer alguna actividad a partir del dolor.
Las dos viudas están probando. Quieren dejar sus asuntos ordenados con tiempo. También quieren pintar sus ataúdes. «Este cajón es justo para mí», opina Dykhoff, de 68 años.
La ex asistente técnico-química no tiene hijos. Por eso, en caso de que muera, quiere tener todo listo: «En dos años vacían mi parcela, así que entonces ya habrá espacio para mi ataúd», afirma. Sin embargo, tiene el firme propósito de no usarla antes de su cumpleaños 96.
«Por mí puede ser el cajón más barato que haya», dice Köhler, de 66 años. A fin de cuentas, su ataúd sólo será necesario por unos pocos días hasta la cremación. Para ello no se necesitan materiales valiosos. Para pintarlo, esta ex funcionaria quiere invitar a participar a su nieta. La idea es que su ataúd sea verde neón.
Rutsatz afirma que antes era muy común que parientes, amigos o vecinos construyeran el ataúd para un muerto. «Tratamos de recuperar esa tradición para estos nuevos tiempos», explica. La funeraria, dirigida por Silke Ahrens, ofrece desde hace tres años seminarios para participar en la construcción de un ataúd «hágalo usted mismo».
La idea no es tan estrafalaria. También hay seminarios para construir ataúdes en otras partes de Alemania. En Estados Unidos y Canadá se pueden ordenar las piezas para constuirlos. En el Kiwi Coffin Club de Nueva Zelanda, los miembros no sólo construyen sus propios ataúdes, sino que toman café y tarta y charlan sobre la vida.
La capital británica, Londres, tiene según informaciones de la prensa su primer Coffin Club desde agosto. Coffin es la palabra en inglés para ataúd.
El empresario fúnebre Gerrit Stokkelaar, de la ciudad alemana de Münster, conoció los ataúdes «hágalo usted mismo» en la vecina Holanda. «La relación con la muerte y el fin de la vida es allí más libre», dice. Desde hace poco, él mismo ofrece los materiales para construirlos.
Stokkelaar observa en sus clientes dos tendencias contrarias: muchas familias no quieren saber nada de los arreglos para el funeral y dejan todo en manos de la empresa.
Por otro lado, muchas redes de cuidados paliativos e instituciones que albergan a personas moribundas posibilitan desde hace algunos años que las personas vuelvan a tener la oportunidad de morir entre las cuatro paredes de su casa. Muchos muertos son velados en sus casas. Los funerales se vuelven también más individualizados.
«Se le da más especio a una despedida consciente», explica Stokkelaar. Y cree que los ataúdes que puede construir uno mismo son compatibles con este deseo de «preparar el último camino uno mismo».
La investigadora en educación y autora alemana Marianne Gronemeyer, autora de «La vida como última oportunidad», tiene sentimientos encontrados hacia esta tendencia.
«Para algunas personas en concreto puede ser una buena experiencia», comenta a dpa. Por otra parte, añade, el final de la vida es rodeado de cada vez más prestaciones de servicios.
«¿Cómo quiere morir?», sería según Gronemeyer la pregunta. Cada vez se exigen más decisiones. Y esto, cree, genera la ilusión de que se puede controlar la muerte.
En su opinión, «quizá para el que muere no es tan importante si va a ser sepultado en un ataúd hecho por él mismo, sino más bien que sea perdonado».
En tanto, en medio de charlas y tornillos, el ataúd en Kirchlinteln ya está listo y se parece bastante a los que se encuentran en el mercado.
Blanke se obliga a probarlo él mismo y abre la tapa. «No debería engordar más», dice este granjero cuando sale del cajón. Si bien reconoce que su humor es algo ácido, no le parece morboso haber construido su ataúd. «Es una forma de acercarse al tema de la muerte muy intensamente. Luego se lo puede dejar de lado», considera.
Sabe que quiere hacer su propio ataúd para ser sepultado bajo tierra. Para eso, de acuerdo con Rutsatz, se necesita una tapa reforzada que no se quiebre bajo el peso de la tierra.
Blanke, ex presidente de la sociedad de tiro, sabe que serán sus socios quienes lo lleven hasta la sepultura. «Ellos se van a ocupar de ponerme bajo tierra», asegura. Este hombre de 71 años sólo tiene una preocupación: «Que los gusanos no logren traspasar el ataúd en los próximos 29 años».
Por Friedemann Kohler (dpa)