(dpa) – Muchos conocen el Algarve por sus maravillosas playas, pero éstas pueden llegar a estar muy concurridas, una razón más para conocer esta zona costera en sur de Portugal de forma activa. El senderismo, la bicicleta, el kayak o el surf ofrecen estupendas oportunidades para explorar los rincones más escondidos y no menos hermosos de esta región en la costa atlántica.
Los altos eucaliptos apostados junto a la carretera que llega al pueblo de montaña Monchique ofrecen una buena sombra. Subir al Pico da Fóia, el punto más alto de la Serra de Monchique, es toda una ascensión, que en algunos puntos tiene una pendiente del 12 por ciento. Hasta el guía, Marco Gomes, tiene que esforzarse para pedalear y a él le siguen por una carretera serpenteante los turistas que han decidido descubrir montados en la bicicleta las montañas del Algarve.
El esfuerzo vale la pena. La cumbre, a 902 metros sobre el nivel del mar, ofrece unas vistas deslumbrantes sobre un paisaje de suaves colinas. Y en el horizonte incluso se puede reconocer la costa oeste de Portugal.
El Algarve es conocido por sus imponentes acantilados y las hermosas calas para bañarse, pero la región ofrece mucho más . «Sencillamente es una pena que muy pocos turistas lleguen a conocer la parte interior que es de ensueño», asegura Gomes. La Serra de Monchique, por ejemplo, queda a apenas unos 30 kilómetros de Portimão, una de las localidades más turísticas.
En esta zona hay pueblos de montaña como el idílico Caldas de Monchique, que cuenta con aguas termales. En la reserva natural se pueden encontrar nutrias, zorros, jabalíes, tejones, el gato montés o incluso el lince ibérico. La red de caminos para senderistas y para bicicletas es enorme y atraviesan un paisaje casi virgen de alcornocales, al igual que en la vecina Serra de Caldeirão.
Los amantes del senderismo suelen decantarse por la Via Algarviana, un camino que discurre casi paralelo a la costa a lo largo de 300 kilómetros. En ocasiones se puede ver a los agricultores trabajando en sus campos donde cultivan naranjas, higos, aceitunas, limones, almendras o uva. Se necesitan unas dos semanas para cubrir la ruta que va desde Alcoutim, en la frontera con España, hasta el mítico Cabo San Vicente, cerca de Sagres, en la punta suroeste del continente europeo.
Esta región cuenta con un rico pasado del que han formado parte fenicios, cartaginenses, romanos o godos, entre otros. Además, estuvo bajo dominio musulmán durante casi 800 años.
Y en los bosques cerca de la Serra de Monchique se pueden ver los cerdos negros con los que se elabora el famoso jamón de bellota.
Cuando la ruta se acerca al Atlántico se pueden ver pinadas, la humedad en el aire aumenta y los últimos kilómetros discurren por el parque natural de Cabo de San Vicente, con algunos acantilados que tienen hasta 70 metros de altura.
A quien le guste hacer senderismo con vistas al mar el Algarve es el lugar adecuado. En el oeste de la región conviene descubrir el parque natural Costa Vicentina con sus 19 kilómetros señalizados en los alrededores de la localidad de Carrapateira. Al este se encuentra el parque natural Ria Formosa, donde admás de senderismo y bicicleta se puede hacer kayak. En las rutas laberínticas por lagunas, dunas y salinas se puede contemplar una gran variedad de aves, entre las que destacan grandes colonias de flamencos y cigüeñas.
Las famosas playas son espectaculares y los que tan sólo van a tomar el sol a menudo suelen perderse las hermosas y bien señalizadas rutas de senderismo entre éstas. Quien haga la ruta entre Salema y Lagos, un camino costero de unos 20 kilómetros, suele llegar a calas para bañarse y playas como la de Boca do Rio en las que no hay la gran afluencia de turistas de los lugares más conocidos.
Pero a partir de Ponta da Piedade se acabó la soledad. Se trata de uno de los lugares más emblemáticos del Algarve y para muchos es casi una obligación hacer una foto allí. Todas las formaciones rocosas se ven todavía mucho más espectaculares desde el mar, afirma Yolanda Tati, una portuguesa de Lisboa que hace una ruta con kayak por las cuevas y túneles de la zona. «Los peñascos parecen un queso suizo», dice Yolanda. En la bahía, a la que sólo se puede acceder desde el mar, el grupo disfruta del agua cristalina mientras descansa un poco.
Al kayak se suma además la amplia oferta de surf que se puede disfrutar en las playas del sur de Portugal. Y es que no a todos les gusta pasar el día tirados en la playa, muchos ven un gran aliciente en subirse a una tabla y esperar a que llegue la ola para montarse en ella.
Por Manuel Meyer (dpa)