(dpa) – ¿Quién fue el artífice del casi desconocido todoterreno descapotable Biagini Passo? Esta excéntrica rareza tiene su origen en 1990, y no llegó de la mano de fabricantes estadounidenses o japoneses, sino de un pequeño taller italiano, el carrocero ACM, con sede en la localidad de Atessa, en Italia meridional.
Para crear este pequeño SUV descapotable, la empresa italiana no tomó como base todoterrenos al estilo del Toyota RAV-4 o el Suzuki Vitara, sino un Volkswagen Golf.
Florian Urbitsch, portavoz de Volkswagen, explica que, entre 1990 y 1993, ACM no llegó a producir y distribuir, también en Alemania, más de 100 ejemplares del vehículo antes de tener que declararse en quiebra.
Ahora, el Biagini Passo vuelve a ganar importancia. «Por haber sido el primer descapotable que se encontraba a medio camino entre los utilitarios y los 4×4, el Biagini Passo se convierte en precursor del VW T-Roc Cabrio, que acabamos de lanzar al mercado justo a tiempo para la temporada de verano (boreal)», señala Urbitsch.
Con su primer SUV descapotable, el gigante alemán traza una línea divisoria con coches como el Land Rover Defender y el Jeep Wrangler —verdaderos vehículos todoterreno no concebidos para uso diario— o el «Kübelwagen» tipo 181 de Volkswagen, desarrollado en su momento como vehículo ligero de transporte militar.
Aunque el Biagini Passo incorpora la acreditada tecnología del Volkswagen Golf, el coche en sí es un rompecabezas en el que los italianos utilizaron numerosos kits de construcción diferentes, informa la revista VW Classic, especializada en vehículos históricos de la marca alemana.
Mientras que la tecnología de tracción a las cuatro ruedas y el chasis provienen del Country, segunda generación del Golf, la carrocería utilizada fue la del Golf 1, explica un experto de la publicación. «Después de todo, la segunda edición del popular modelo no tenía un descapotable que pudiera servir de base».
El puzzle se completa con los faros e indicadores del Fiat Panda en el frontal y los indicadores laterales del Fiat Ritmo, mientras que las luces traseras son un préstamo de la limusina del Opel Kadett. La contribución de los italianos: el robusto parachoques delantero con protecciones metálicas.
Con el Biagini Passo bien se podría filmar una película italiana de carretera. En un soleado día de primavera, apenas tomar asiento tras el volante, el conductor se siente como si se encontrara de camino a la playa de Rímini, con «Vamos a la playa» en el oído y el sabor de algún exquisito helado italiano en el paladar. En los asientos tipo butaca de la marca Recaro, el privilegiado al volante se siente como por encima de todas las cosas y bambolea por caminos sin asfaltar sin dejar que el anticuado interior del vehículo le estropee el buen humor: los arcaicos y toscos interruptores parecen de juguete, el panel de instrumentos detrás del volante se asemeja a una caja de zapatos y las pequeñas bombillas del salpicadero recuerdan a un kit de experimentos para la clase de Física.
La música de esta sentimental película ambientada en el pasado proviene de un motor de cuatro cilindros de 1,8 litros que también se utilizó en el Golf Country. El registro del vehículo especifica una potencia de 72 kW (98 CV) que, según se dice, permitía al Biagini Passo alcanzar una velocidad de más de 150 km/h.
Debido a la anticuada aerodinámica y al flujo de viento en el interior, que desordena la melena ya a 120 km/h, el conductor buscará una velocidad que ponga coto a las turbulencias y garantice un paseo placentero, especialmente teniendo en cuenta que en aquel entonces aún no se habían inventado los asistentes electrónicos.
La tracción a las cuatro ruedas, sin embargo, hace honor a su nombre y amplía significativamente el radio de acción del todoterreno descapotable. Al Biagini Passo no hay sendero arenoso o camino forestal que se le resista.
Aun así, por respeto a la antigüedad y rareza de este coche, sería mejor manejarlo con guantes de seda. «Aunque no hay cifras oficiales, es probable que no hayan sobrevivido más de dos docenas de ejemplares», estima Florian Urbitsch.
Por Thomas Geiger (dpa)