ZAGREB (dpa) – ¡Buuum! Los turistas junto al puesto de vino caliente en el que suena la canción navideña «Last Christmas» se estremecen y miran desconcertados hacia arriba. ¿Ya es Año Nuevo? Claro que no, pero por la ventana de la torre Lotrščak sale humo.
Todos los días a las 12:00 horas retumba el cañón situado en el cerro del centro histórico de Zagreb, ya desde hace más de 100 años, explica la guía turística Maja Halvaks.
Diez minutos después, cuando subimos a la torre, todavía huele a pólvora negra. Desde allí la vista de Zagreb es muy amplia. A un lado está el Medvednica (cerro de los osos, en croata), cubierto de nieve, y al otro el conjunto aquitectónico de la ciudad.
El camino desde el aeropuerto pasa primero por un suburbio gris. Después, la arquitectura soviética cede el protagonismo a los edificios suntuosos del casco viejo. Aquí, muchos lugares se parecen a Viena. Las casas Art Nouveau recuerdan a la época del Imperio de los Habsburgo, cuando la ciudad, fundada en el siglo XI, todavía se llamaba Agram.
Directamente debajo de la torre Lotrščak se encuentra el miniteleférico que lleva a los turistas de la parte moderna de la ciudad, que está abajo, a la parte antigua, que está arriba. El viaje no dura ni un minuto y franquea un desnivel de 30 metros. ¿No es mejor ir caminando? Puede ser, pero no hay que subestimar la comida y el aguardiente croatas.
Huele a canela, a pan horneado y a carne asada. En una sartén gigantesca se amontonan salchichas. Tan solo en un puesto hay 12 variantes, desde salchicha de ciervo hasta salchicha con queso, pasando por salchicha con ajo. La cocina de los Balcanes siempre ha estado basada en la carne. Ćevapi (rollos de carne condimentada) y cosas por el estilo.
Sin embargo, la cocina croata no está compuesta únicamente por platos fuertes y sustanciosos. En la pradera de Vranyczany hay comida callejera como perritos calientes con pan de color rosa o negro y lombardo. El aspecto es exótico y el sabor, refinado. Y por supuesto no pueden faltar los Germknedla, bollitos tiernos y esponjosos rellenos de mermelada de ciruela con mantequilla y semillas.
Para muchos turistas, Croacia solo es un destino de playa, pero el país tiene mucho más que ofrecer, también durante la época prenavideña. La guía de viajes «Lonely Planet» eligió en 2017 a Zagreb como el destino número uno de su lista «Best of Europe». Y un portal de viajes ha distinguido tres veces seguidas a esta ciudad por su mercado navideño. Zagreb es una buena alternativa para quien ya conozca Viena, Praga o Budapest.
En la catedral en la parte alta de la ciudad hay un Belén Viviente durante la época navideña. En tiempos del socialismo yugoslavo bajo el mando del mariscal Tito, el Niño Jesús no estaba bien visto, pero esto ha terminado, dice la guía turística. A pocas calles de distancia de la catedral se encuentra, en el corazón del centro histórico, la iglesia de San Marcos, con sus tejas blancas y rojas, en cuya fachada está retratado el escudo de la ciudad.
Directamente debajo de la vieja muralla y no lejos de la catedral se encuentra el Dolac, el mercado central de Zagreb, con sus sombrillas rojas, que también en invierno protegen bien del aguanieve. Entre los souvenirs más conocidos que se ofrecen están los «licitares», panecillos de especias en forma de corazón que se regalan sobre todo el Día de San Valentín y que incluso han sido declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
Vale la pena visitar también el Museo de las Relaciones Rotas, cuya exposición muestra numerosos objetos detrás de los cuales se esconden anécdotas muchas veces desgarradoras. Por ejemplo, un corcho de una botella de champán cuenta la triste historia navideña de dos personas que inician durante los días festivos una relación. Los dos están casados. Él abandona su familia pero ella no, de modo que él se queda al final solo y probablemente tenga que celebrar la próxima Navidad solo.
El bulevar Strossmayer es el paseo perfecto para enamorados con vistas de la ciudad y sillones y sofás para hacer selfies.
Por la tarde se enciende en el parque Zrinjevac la iluminación navideña, que trepa por los plátanos. El mar de luces intensamente blancas convierte el bulevar en un paisaje mágico de invierno. Un coro canta canciones navideñas en un antiguo pabellón de música.
En pequeños puestos de madera se venden figuras de ángeles. Los visitantes del mercado escuchan con una copa de vino caliente en la mano. Huele a Germknedla. Ningún cañonazo interrumpe el ambiente de contemplación. Las historias de amores rotos están olvidadas. Después del concierto empiezan a sonar los clásicos de la música pop. Todo un poco demasiado edulcorado, pero ¿no es esto precisamente lo que uno espera de la Navidad?
Informaciones: https://croatia.hr
Por Tobas Schormann (dpa)